Mujeres que uno conoció o creyó conocer. Mujeres que se van y ya no vuelven. Ya no. Uno trata de evocar sus caras, sus cuerpos magníficos, el tono exacto de la voz. Uno intenta reconstruir escenas donde ellas fueron compañeras de camino, locura y pensamientos. Con algunas uno llegó a la máxima intimidad imaginable. Acogió con placer sus olores más secretos y prohibidos. Lo más profundo de lo más húmedo y oscuro. Escuchó confesiones que no volverán a repetirse jamás. Contempló la desnudez en estado crudo. Pero llega un día en que esa mujer conocida hasta en el baño no está más. Tanta ausencia y vigencia duele al principio. Después se convierte en casual disparador de palabras, sueños inoportunos, deseos que se vuelcan luego en otras pasajeras que también se irán. Daría para pensar que nadie termina de irse totalmente. Y eso, que podría ser considerado un triunfo, termina siendo la mayor de las desgracias.
L.
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