Resulta difícil evaluar en caliente la importancia de lo que hacemos. Algunos creen que pueden y se lanzan. Suponen que tuvieron éxito en tal o cual empresa. Nunca se sabe. Y en todo caso el mal llamado triunfo...a la larga empobrece. En la cima uno siente que puede deshacerse del material sobrante. Entonces va tirando todo para sentirse más ligero. No percibe el navegante que eso que arroja al mar puede ser quizás lo mejor de sí mismo. Conviene aceptar el vértigo del enigma. Conviene esperar. La poeta estadounidense Emily Dickinson (1830-1886) pasó la mayor parte de sus 56 años en una casa con jardín situada en Amherst, Massachusetts. Raramente se movió de ahí. Los vecinos sentían lástima por ella. Tan sola e inútil. Tan desperdiciada. Tras su muerte la hermana encontró casi dos mil poemas manuscritos en un baúl de la habitación. Excepto cinco textos, tres de ellos publicados sin su firma y uno sin que la autora lo supiera, toda la obra de Emily permaneció inédita. Hoy nadie discute su grandeza y sus libros se agotan. Yo soy nadie -escribió-. ¿Quién eres tú? ¿Eres nadie también? Vestida siempre o casi siempre de blanco vivió sigilosa y murió olvidada. No evaluó en caliente la importancia de lo que hacía. No se tentó.
L.
No hay comentarios:
Publicar un comentario