La noción de voz propia está en la base de toda escritura que se diga original. La dificultad mayor es vaciarse del discurso ajeno y dar con el de uno. ¿Pero existe acaso una palabra desprovista de toda impureza? ¿Es posible desprenderse por completo de las voces aprendidas en la infancia y consolidadas luego en la adultez? ¿Quién podría asegurar que su voz es única y absolutamente limpia? Fuimos criados en pantanos dulcemente abonados por lugares comunes, chistes familiares, lenguajes macerados en la radio y la televisión. También en la mala literatura y la adocenada prosa de los diarios. ¿Cómo despegarse de ese lastre sin caer a la vez en un lenguaje retorcido y vacuo? ¿Cómo convertirnos por fin en lo que somos? No hay respuesta para ninguna de esas preguntas. El tema, además, excede a la escritura para fundirse a pleno con la arriesgada noción de vida propia. ¿Cómo aprender a ser nosotros mismos y no una versión corregida y aumentada de nuestros padres, amigos y maestros? Y más aún, ¿cuándo y cómo aprenderemos a ser libres?
L.
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