miércoles, 27 de agosto de 2014

Rayuela en Cortázar

Algo debe haber en Rayuela que sigue desatando milagros. Cuando todavía estaba entre nosotros, Cortázar se asombraba de los renovados ejércitos de lectores y lectoras adictos a La Maga y sus desmanes líricos y románticos. La novela convoca hoy a nuevas y entusiastas oleadas de jóvenes y no tan jóvenes. Lo más notable es que el texto no cuenta prácticamente nada. Apenas instaura no una historia sino una promesa. ¿Promesa de qué? Quizás de otra vida posible, de un cielo que está lejos pero en el mismo plano, de un erotismo franco y por eso verdadero, o, también, de un retorno a la pureza de intenciones. No se trata de una pureza de monaguillos envueltos en incienso, tampoco de la pureza de oh maría madre mía con pies limpitos. Pureza en cambio como la del coito entre caimanes, como de techo de pizarra con palomas que naturalmente cagan en la cabeza de las señoras frenéticas de cólera y de manojos de rabanitos, pureza de por favor y no me acuerdo y hasta cuándo y, sobre todo, por qué no, de volver a buscar el cielo en la rayuela.
L.

No hay comentarios:

Publicar un comentario