La cara de la desgracia. Así se titula un misterioso cuento de Juan Carlos Onetti. Contar lo que sucede no viene al caso pero sería poco amable no decir nada. Un cuarentón desdichado, personaje onettiano clásico, padece el reciente suicidio de un hermano. En parte el protagonista se siente culpable por lo ocurrido. El hombre se aloja en un hotel y cuando sale a caminar por un bosque cercano conoce a la muchacha de la bicicleta, una joven muy joven ("siempre sin senos" se describe en el cuento) y con nalgas escasas. La joven de la bicicleta representa quizás la inocencia limpia de toda impureza, un ángel que pronto entrará en contraste con la figura de Betty, prostituta ya devastada, y con el mundo en general. La muchacha de la bicicleta muere en circunstancias que no se aclaran. Pero con ella se va la última opción de belleza y encanto que ofrece la vida al cuarentón desdichado, acusado injustamente, en las últimas líneas, por la muerte de la chica. Nada se sabe sobre lo que verdaderamente ocurre en el relato. Pero el lector astuto alcanza a adivinar que en un cuento como ése respira la literatura de verdad, el erotismo más erótico de todos, la tristeza más triste de todas. Es como si el relato fuese la otra cara de Las 50 sombras de Grey o libros similares que representan, vale decirlo una vez más, la muerte de la literatura.
L.
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