martes, 30 de septiembre de 2014
Tanta luz
Le dije a Pablo que para mí Rilke tenía razón. Todo depende de haber tenido, aunque fuera una vez en la vida, una primavera sagrada. Un instante que llene el alma de tanta luz que sea suficiente para iluminar todos los días por venir. Él me respondió que no, que eso era un consuelo para los mediocres, para los que se contentan con un solo recuerdo. “Hombres y mujeres grises –agregó-. Miedosos”. “No me parece -le contesté-. Para encontrar una primavera sagrada, como dice el poeta, hay que caminar mucho y aguantarse toda el agua podrida que se esconde debajo de las baldosas”. “¿Qué baldosas?”, me preguntó. “Esas que están flojas y que cuando llueve se llenan de agua estancada”, respondí. Hace unos meses que Pablo viene perdiendo la paciencia cuando se trata de metáforas. Hoy, sin embargo, no se rindió. Me preguntó si yo tenía un recuerdo que me bastara, si una única experiencia me dejaba tranquila, si para mí en un beso están todos los besos y en un amor todos los amores. “No entiendes nada", le reproché mientras me daba vuelta para apagar la luz. “La que no entiende nada eres tú –me dijo-. Esa primavera no existe y si existiera sería inalcanzable”. “Por eso –le dije ya entre sueños-. No queda más que recordarla”.
A.
El mejor momento de la vida
El mejor momento de la vida no se percibe mientras ocurre. Se descubre después y un poco deformado por las oscilaciones de la memoria. Por eso los adultos suelen hablar de la dorada juventud o de una infancia feliz que nunca fue tal. No totalmente al menos. Las cosas, decía Pavese, se descubren por segunda vez. La primera vez se vive de manera inconsciente. Es un momento pre-poético con el que luego tal vez pase algo. El mejor momento de la vida ocurre entonces de un modo insensible y potente. Por más hermosa que sea la evocación posterior no será comparable al acto mismo de sentir la experiencia en directo, es decir, en su versión más cruda y desnuda.
L.
L.
La música de las palabras
La idea que más cuesta trasmitir en los talleres de dibujo, pintura o escritura es que el arte es forma por encima de todo. Importa más el cómo que el tema abordado. El cómo es la pregunta por la forma. El contenido se da por añadidura. El contenido está o no está en el autor o autora de la obra. La forma arrastra al contenido con un carro empujado por bueyes invisibles. En una novela breve del escritor italiano Cesare Pavese dialogaban un músico y un letrista. Este último decía que la música debe adaptarse a la letra. El primero opinó lo contrario. Dijo que la letra debe adaptarse a la música. Y así es. Sin la música de las palabras la mejor historia cae al abismo. También la vida, privada de música, enferma gravemente.
L.
Historias perdidas
Los sueños son historias perdidas. Se abren los ojos y lo que parecía una película perfecta se vuelve borroso, confuso, inútil. Los cohetes lanzados con torpeza desde tierra, la extraña mudanza a la casa de los chinos, la mujer con sombrero alado, las cajas de cartón verde, la lluvia de plumas y el arroz. Tanta producción, tanto guión inconsciente e indecente para nada. Por fin la pesadilla termina y con la mañana empieza el otro sueño, las otras cajas, la mano que cerró todas las puertas. También lo real es una historia perdida.
L.
L.
lunes, 29 de septiembre de 2014
Ideas peligrosas
Toda idea nueva, o vieja, que no armonice con el pensamiento común y generalizado, con la ignorancia aceptada e instaurada como verdad única, definitiva e inapelable, es peligrosa. Y el portador, difusor o inventor de esa idea antigua o novedosa tendrá que cuidarse. ¿Por qué? Porque la imaginación y el pensamiento son enemigos de la época. Se oponen a lo permitido y aplaudido. A lo no cuestionado. Lo peligroso no está sólo en las ideas sino en los eslóganes aprendidos de memoria y aprobados sin discusión. El riesgo está en una sociedad enferma que adhiere al estado de cosas por comodidad, chatura o interés. El mundo de las ideas no envenena a nadie. Al contrario. Lo que envenena es no querer pensar. ¿Para quién son peligrosas las ideas peligrosas? Por un lado para una opinión pública que se resiste a cualquier acto de pensamiento que vaya contra la corriente. Y por otro para los podridos poderes que se fundan en la ignorancia general con vistas a dominar el mundo.
L.
L.
La bibliotecaria
Fui hace un rato a una biblioteca buscando dos o tres libros que necesitaba y hablé un rato con la empleada más antigua del lugar. Está ahí desde hace veinte años o más. Me dijo que va poca gente a consultar libros. Yo, con mi tono apocalíptico de siempre, le dije que ya nadie lee, que no me extrañaría que dentro de poco cierren todas las bibliotecas y exageraciones en esa línea. Ella, razonable, me dijo que alguna gente va y que los que no van se pierden la alegría inmensa que produce la lectura en los que leen. Y es así. Un buen libro nos salva a tiempo de los vientos de la desgracia, nos permite vivir otras vidas, nos saca del agujero interior, nos lleva de viaje quién sabe adónde, tal vez, incluso, a una biblioteca que es una fábrica silenciosa y gratuita de felicidad. De eso hablamos con la mujer. Y yo me fui de ahí con tres libros, sí, imprescindibles.
L.
L.
Feos, pobres, sucios y castigados
Se acaba de difundir en la Argentina una encuesta inédita y reveladora sobre la situación en las cárceles de este país. Los datos más notables confirman que en las prisiones está enclaustrado el eslabón más débil de la cadena delictiva. Casi el 60 por ciento de la población carcelaria tiene entre 18 y 30 años. La mayoría son pobres. Más de la mitad (los que alcanzaron a ser condenados) purga penas por robos menores a 2500 dólares. A siete de cada diez detenidos la policía (por cuya presencia masiva claman los medios hegemónicos y buena parte de la población) les pidió plata, los obligó a firmar declaraciones falsas contra sí mismos, los golpeó, los torturó con picana eléctrica o los violó. El informe, elaborado por la prestigiosa Universidad de Tres de Febrero, informa de paso que cada uno de los presos condenados en este país cuesta a la sociedad unos 10 mil dólares al año por los gastos que demanda el encierro. Un cuarto de los 15 mil detenidos fue condenado por robar menos de 900 dólares. La aplastante mayoría de los presos son, como se los llama en la jerga militar, perejiles, esto es, los más vulnerables, los arrebatadores callejeros, los desesperados. Son, no hace falta decirlo, los más fáciles de reemplazar. No hay jefes de bandas presos, no hay mafiosos de alta clase, no hay ricos y famosos en las cárceles. Sólo pobres pertenecientes a familias disfuncionales -para decirlo con elegancia- donde reina la violencia, el abandono, la pobreza extrema. La prensa canalla oculta estos datos y, al igual que los políticos que están a la caza del voto, hablan para la tribuna. Piden más cárceles, más policía, más tortura. Saben que eso no resulta. Saben que el aumento del castigo no disminuye el delito. Saben que los problemas de inseguridad -aquí, allá y en todas partes- se resuelve con inclusión social, educación, hospitales, distribución justa de la riqueza, vigencia estricta de los derechos humanos, justicia social en todos los órdenes. Pero todo esto no parece interesar a la tribuna. Sólo se pide mano dura y recontradura. Sólo se pide que los feos, sucios y malos se pudran en la cárcel para siempre.
L.
L.
domingo, 28 de septiembre de 2014
Consejo para poetas
Créanme que todo depende de esto: haber tenido al menos una vez en la vida una primavera sagrada que colme el corazón de tanta luz que baste para transfigurar todos los días venideros.
Inventos
La efectividad de los grandes inventos es limitada. Alguien, creo que Umberto Eco, decía que el auto ya no es útil porque antes nos llevaba rápidamente de un lugar a otro y hoy, ante el crecimiento evidente e imparable del parque automotor, la ventaja desapareció. No hay calles, rutas o autopistas que alcancen. El destino de ciudades como Buenos Aires, sin ir más lejos, es el colapso total y completo. Las cárceles y hasta la pena de muerte no sirven para frenar el delito. Los aviones se caen, se convierten en drones o se pierden en un mar de misterios. La energía atómica, tan útil inicialmente, se convierte en bombas como las arrojadas por Estados Unidos sobre Hiroshima y Nagasaki (200 mil muertos ante el primer fogonazo). Los celulares, quién lo duda, fueron también un gran invento cuyas ventajas no requieren ser fundamentadas. Después, ahora, los teléfonos inteligentes se transformaron en una droga que interfiere gravemente en la vida familiar, sexual, natural y educativa. Ya no es posible dar clases de nada en ningún lado porque los alumnos están, como dice Movistar, conectados todo el tiempo. Tal vez sería mejor vivir en un mundo sin inventos. Un poco de viento, sol, besos y mar serían suficientes para asegurarle al mundo alegría para siempre.
L.
L.
sábado, 27 de septiembre de 2014
Salvación por el riesgo
Me dice Johana, una amiga francesa que conocí en uno de esos bares donde se practican idiomas dos veces por semana, que tuvo mala suerte en el amor. Me dice que siempre la cagaron, que la usaron como un trapo, que la abandonaron apenas se distrajo. Conclusión de Johana. Dado que el paquete del amor incluye una parte nada despreciable de angustia y sufrimiento, bueno, mejor dejar el amor de lado y dedicarse a otra cosa. Le digo lo que siempre digo en estos casos. Entonces no cruces la calle porque te pueden atropellar. No nades en el mar porque podés ahogarte. No tomes ni comas nada. Alimentos y bebidas pueden estar contaminados. No respires, no sueñes, no escribas, no tengas hijos, no viajes. El simple hecho de existir anticipa la interrupción, es decir, la muerte. ¿Vamos por eso a abandonar el mundo para sentirnos más seguros? ¿Dejaremos un amor posible por su condición de imposible como totalidad? ¿Es imaginable un cielo sin nubes, una luna sin lado oscuro, una fiesta interminable? Johana se cansa de mi discurso tedioso, se levanta y se va. Iba a proponerle salvación por el riesgo pero el tiempo no alcanzó.
L.
L.
Filosofía de las palabras sucias
Las mal llamadas malas palabras no deberían ser demonizadas. Si por ellas se entiende el acto de llamar a las cosas por su nombre tendrían que ser divinizadas. El adjetivo puta, por caso, resulta diez mil veces más digno que ramera, meretriz o mujer de la calle. La potencia de la palabra culo resulta inigualable comparada con opciones bobaliconas del tipo cola o trasero. Muchas mujeres enmudecidas por siglos de marginación se alivian pronunciando groserías. Sexualmente hablando, también, el beneficio es evidente. Tal o cual término deslizado en el momento justo tiene un indiscutible poder afrodisíaco. Los hombres se descargan gracias a los insultos terapéuticos que pueblan los estadios de fútbol. De no ser así seguramente matarían niños o perritos al salir. En su lección titulada Prolegómenos a la historia del concepto del tiempo (1925) Martín Heidegger dice que a veces hay que aplicar palabras pesadas aunque no resulten bonitas. Esto, advirtió el filósofo, no se debe a un capricho sino a la necesidad de aludir con precisión a los fenómenos. En resumen. No escandalizarse ante las formulaciones certeras. Algo del orden de la verdad se juega y resuelve en el sano ejercicio del lenguaje callejero, obsceno, sucio, brutal. Las palabras sucias superan en amplitud y honestidad al discurso falso y solemne de los políticos, los abogados, los periodistas y los malos poetas.
L.
L.
Discos
Me enamoré de Ana cuando me contó que en su adolescencia había decorado el cuarto con discos de vinilo. No alcanzo a entender cómo llegó a afectarme así una referencia tan oscura y tangencial. Los pegaba en la pared, me dijo. Uno junto al otro. Le pregunté si eran discos de alguien que escuchara habitualmente. A modo de respuesta sonrió apenas y me habló de otras cosas. Mientras lo hacía recogía su pelo con la mano para volver a soltarlo con ese gesto absurdo que la caracteriza. Esa noche, creo que era sábado, me quedé pensando en los discos. Me gusta que sean negros, redondos y no tan brillantes como los de ahora. Y que al tacto, sobre la superficie, se perciban círculos en finísimo relieve, una laguna tranquila donde alguien, de pronto, hubiese arrojado una piedra. De paso recordé que al entrar en contacto con la púa los discos antiguos producen un ruido a lluvia muy especial. ¿Era sábado o domingo? Me cité con ella en un parque y caminamos un rato sin hablar. Luego nos acostamos en el pasto mirando las ramas de un árbol decadente. Y todo fue más o menos así hasta que ella giró en redondo, como un disco, y me besó. Fue entonces cuando Ana describió la manera que encontró para decorar su cuarto adolescente. Después nos despedimos, hicimos promesas imposibles de cumplir y cada cual volvió a su mundo con la idea de darle sentido a las horas por venir. Los discos de Ana siguieron girando un largo tiempo en mi cabeza. Y ahí siguen todavía.
L.
viernes, 26 de septiembre de 2014
Lo incómodo
Lo otro incomoda. Lo distinto. Lo inesperado. Lo que no forma parte del grupo familiar. Eso molesta. Lo nuevo, lo viejo, lo raro. No sabe uno cómo plantarse ante semejante desatino. La pintura de labios, la música sin música, la poesía sin verso. Mejor alejarse, no responder, reírse en sordina o llorar de rabia. Lo otro molesta o duele. Desentona. No pertenece al círculo. Y eso perturba, agita las pendientes, subleva. La flor de alta montaña. La burbuja de silencio. El fuego en la nieve. Lo de siempre y siempre. ¿Para qué exponerse? ¿Con qué beneficio? ¿Acaso no vinimos al mundo para ser felices?
L.
L.
Lazos
Es tan difícil armar un lazo entre dos personas que no deja de asombrar la facilidad con que puede deshacerse. Hay en el mundo muchas caras y pocos rostros. Demasiadas paredes y casi ninguna ventana. Hasta que de pronto ocurre el milagro. Las huellas en la arena se cruzan y el público observa con incredulidad. El acontecimiento sin embargo es efímero. Construir una pequeña flor es un trabajo de siglos. Destruirla no lleva más de dos minutos.
L.
L.
Buen finde
Estamos tan domesticados en la expresión como en las costumbres. No solo mentimos en las acciones sino también en las palabras que usamos. Lloramos sin ganas, decimos buen finde en la oficina como si creyéramos en eso, saludamos a un deudo con mi más sentido (y falso) pésame, besamos a veces por compromiso o para quedar bien. Algunas mujeres fingen orgasmos y algunos hombres dicen discursos solemnes acerca del fútbol, la vida o el amor. Después se ríen con los amigos. Llueven los saluditos de cumpleaños en Facebook, promesas de siempre voy a estar ahí que jamás van a cumplirse, conmovedoras acusaciones que fueron sacadas de una película que incluye procesos judiciales. ¿Por qué tanto rechazo a decir por lo menos una sola verdad verdadera? ¿Por qué sentir de manera convencional y no con el alma y hasta con los genitales? Se lo pregunté a Paula ayer y respondió con precisión. Tenemos demasiado miedo a no ser aceptados por los otros. Para no ser menos agregué algo más. Se empieza cediendo en las palabras y se acaba cediendo en los hechos.
L.
L.
Antorchas
No sé por qué tuve la mala idea de evocar la larga marcha de antorchas. Eso fue hace mucho tiempo y no viene al caso traer la escena al maldito ruedo. Eran miles o millones de jóvenes en pie de guerra. Parecían dispuestos a incendiar el mundo, es decir, a salvarlo. Yo había ido con mi madre y a la vuelta, en un colectivo, vi a una de las manifestantes mirándome desde un asiento del medio. No importan los detalles ahora. No importaban entonces. La chica me gustó desde que la vi cargando un cartel enrollado. También ella me miraba y sonreía o hacía como que sonreía. Nunca entiendo esas cosas. Yo estaba con mi madre. La situación era enojosa. El mundo cambió para peor. La chica dejaba ver algo de su escote. No era mucho pero sí lo suficiente. Recuerdo aún esa marea de antorchas brillando en la noche, los botones de la blusa, la sombra ligera y el mundo a punto de incendiarse. Eso fue hace mucho tiempo y no viene al caso traer la escena al maldito ruedo. No ahora. No hoy.
L.
jueves, 25 de septiembre de 2014
Cerezas
Y es así como me encuentro, una vez más, esperando el tiempo de las cerezas. No recuerdo si será en diciembre o en enero. Pero sé que hará mucho calor, que andaré descalza, que cerraré los ojos para sentir las aguas del río que está cerca pero que nunca se ve en esta ciudad húmeda y pegajosa. En el tiempo de las cerezas cantarán los grillos en la noche y los bienteveo en las madrugadas. Por eso, al despertar, me sentiré desorientada como si hubiera vuelto a la casa de mi abuela. Como si todavía tuviera siete años y no supiera qué es el amor. Pero no encontraré a mi abuela recostada en su cama ni veré a mis tías preparando el café. Ya mis dedos no volverán a desgranar el maíz. Ya no caminaré por las calles del pueblo buscando colillas para jugar. Cuando llegue el tiempo de las cerezas abriré las ventanas para que me atraviese la brisa y llenaré mis manos con un puñado de esos frutos rojos y maduros. Y con un puñado de palabras que serán como un susurro entre una y otra oscuridad.
A.
A.
No tengo tiempo
No tengo tiempo. Eso dicen todos. No hay tiempo ya para perder. Argumentos no faltan. Trabajos, hijos, responsabilidades, viajes, problemas, etcétera. Algunos amigos me escriben sorprendidos de que aun tenga espacio, yo, para escribir tonterías en Suspendelviaje. Les digo siempre que estoy ocupadísimo. Que tengo más de quince trabajos diferentes. Que a veces no me quedan minutos ni para hacer pis o cocinar. Y sin embargo escribo como si en ese acto se me fuera la vida. Escribo aunque no sirva para nada. En tiempos gobernados por la utilidad no resulta fácil abocarse a lo inútil. Digo estas cosas sin esperanzas. No tengo tiempo, repite el coro como si se tratara de un mantra colectivo. Pero el tiempo es una construcción individual. No depende de otros sino de cada uno. Habrá tiempo si nos animamos a construir una burbuja de silencio en el desierto de los ruidos. No habrá si nos dejamos llevar por la locura generalizada. Será cuestión de elegir a qué o a quién le entregamos lo mejor de nosotros.
L.
Enamoramiento libre
Como solía decir Julio Ramón Ribeyro no podemos ser amigos de quien no es nuestro amigo. Pero sí podemos enamorarnos, por ejemplo, de una mujer que no sólo no nos ama sino que incluso nos rechaza, si nos conoce, o directamente nos ignora. Lo mismo vale para las mujeres que viven enamorándose hasta de un pasajero del subte que no las miró ni de casualidad. Lo más lindo de la vida es que uno es libre de enamorarse de cualquier persona. Nadie puede impedirlo y ahí está la gracia. Yo, sin ir más lejos, estoy enamorado para siempre de la catalana Silvia Pérez Cruz. Ella, la divina cantante, nunca lo sabrá. Y así es mucho mejor. Menos problemas. También amo para siempre a una rubia perfecta llamada Scarlett Johansson. No se lo dije aún pero lo debe sospechar. Alguien me dijo que acaba de tener un hijo pero no veo eso como un obstáculo. La Scarlett que amo es la que aparece en una película llamada Perdidos en Tokio. Con ella pienso casarme aunque no lo sepa. Es muy lindo vivir enamorado. Juliette Binoche nunca rechazó mis invitaciones. Tampoco las aceptó. Ambas situaciones son casi ideales. Me paso la vida escribiéndole cartas a la diputada chilena Camila Vallejo y con ese simple acto de amor me alcanza y sobra. Me pasa con ella y con todas las demás. No estoy obligado a invitarlas a cenar (es caro), no tengo que seducirlas (es difícil), no hace falta contarles que escribo en este blog o que me gusta leer a Pavese. Además nada de eso les importa. Es suficiente imaginarlas, soñarlas, tener con ellas todo tipo de fantasías. La vida en cambio no da esa libertad. Si me enamoro de verdad a continuación hay que casarse, tener hijos, discutir por tonterías, separarse, dividir los bienes. ¡Hasta los libros hay que repartir! Qué fastidio. Las amantes invisibles, en cambio, no reclaman nada, no piden nada, se entregan tantas veces como haga falta y, para colmo, no envejecen jamás. Son eternas y siempre están dispuestas a la aventura. ¿Acaso puede imaginarse algo mejor?
L.
L.
Cambio esposas viejas por nuevas
Con esa insólita propuesta -cambiar esposas viejas por nuevas- un mercader va por los pueblos del desierto. La historia está en Parábola del trueque, un relato del mexicano Juan José Arreola. Los hombres aceptan felices la novedosa transacción. Una única pareja decide no aceptar el cambio, seguir viviendo su rutina cotidiana, cenar lo de siempre por las noches y no hacer comentarios. Con el tiempo las esposas nuevas, cubiertas de oro falso, se oxidan gravemente. Los esposos estafados buscan furiosos al mercader cuyos pasos parecen haberse perdido para siempre en el desierto. Pero no digo más por si alguien se interesa en leer el cuento entero. Parábola del trueque.
L.
L.
Los que se ahogan
En el mundo se ven demasiados observadores. Se trata de gente que está del otro lado del mostrador. Ninguna implicación, el menor compromiso con nada, personas atentas a cómo viven los ricos y famosos, si se compraron un auto nuevo, si volvieron a cambiar de pareja, si se sacaron fotos desnudos en la playa, esas cosas. Si algo caracteriza a los observadores es justamente la condición de mirar todo desde afuera. Jon Lee Anderson, el célebre cronista de guerra, encontró una imagen ideal para ilustrar lo esencial de esa tribu. El periodismo -dice- no cumple su función si mira a los náufragos desde la cubierta de un barco seguro y se limita a tomar fotos de los que se ahogan. El periodismo y el ser humano en general, añadiría yo.
L.
Cosas vistas
Un río que brilla sinuoso en el fondo del abismo peruano, diez policías de negro abriéndose paso en moto por la ciudad violenta, la mesa vacía de un bar, un ramo de flores cortadas abandonado en la vía pública, una esquina que fue mítica y ya no es, una joven china llorando sentada en la puerta de un supermercado, aviones no tripulados descargando bombas sobre pequeños pueblos convertidos en cementerios, quietud, un joropo de Simón Díaz, gritos inespecíficos, un río que brilla sinuoso en el fondo del abismo, las nubes no dejan ver la selva y, claro, empieza a llover.
L.
L.
miércoles, 24 de septiembre de 2014
Privarse del goce
Privarse del goce es una interesante idea que abreva en el psicoanálisis y que consiste en darse la libertad de no gozar. Cabe aclarar que tanto para Freud como para Lacan gozar es algo visto como un deporte negativo. ¿En qué sentido? Fumar, comer demasiado, dejarse llevar por los impulsos y nada más que por ellos. Distinto es el placer, el deseo, esa brújula o plan subterráneo que nos conecta con la vida en todas sus formas, y, además, con lo que cada uno de nosotros quiere hacer con esa vida. Pero entrar en contacto con el deseo exige, paralelamente, privarse del goce. Si no se entiende bien este posteo mejor. La confusión inicial servirá de estímulo para tratar de entender la idea alguna vez.
L.
L.
Demasiadas vueltas
Damos demasiadas vueltas para decidir, para decir lo que debemos, para cambiar de rumbo. Tanto más cómodo es clavarnos en el mismo sitio. Alivia tanto el punto inamovible. Y sin embargo algo nos dice que debemos decidir, decir lo que callamos, cambiar de rumbo. Y sin embargo seguimos dando vueltas y más vueltas como si en eso ganáramos tiempo. Como si el rodeo fuera mejor que arrojar la flecha recta y hermosa que dará por fin en el corazón del mundo.
L.
L.
El paraíso
Antes de avistar la tierra anhelada Cristóbal Colón imaginó un jardín de ensueño, una isla poblada de duendes, un mar de flores siempre vivas y perfumadas. El almirante había leído acerca de lugares perfectos y eso alimentó su rico imaginario. La amplia tradición de escritos utópicos nos acostumbró a todos a una especie de alucinación similar a la de Colón. La idea, por ejemplo, de que una isla salvaje y lejana puede brindarnos plena felicidad. Lejana por difícil. Difícil por imposible. No por azar la palabra utopía nombra el lugar que no existe o, más en general, lo inaccesible. La tradición establece que para alcanzar la isla soñada es necesario primero atravesar la experiencia del naufragio. Toda tierra prometida requiere de una travesía previa y riesgosa ya sea por el mar o el desierto. Así lo entendieron Colón y sus compañeros que en medio de la tormenta se obsesionaron con El Dorado y las Amazonas. Mujeres hermosas, árboles altos, montañas de oro, frutos deliciosos, un prado fértil donde retozar y, de ser posible, un poco de sombra.
L.
L.
martes, 23 de septiembre de 2014
Los indiferentes
El signo de la época es la indiferencia. No sólo frente a los grandes problemas del mundo sino también ante los pequeños. La generalizada falta de interés suele ser encubierta con frases hechas, actos fingidos y saluditos por las redes sociales. Pero, seamos honestos, pocas personas son capaces de hacer algo por uno o por los otros. ¿Lo soy yo? Habría que verlo en los hechos y no en el discurso. El sábado tuve la mala idea de contarle algo que me pasaba, no importa qué, a un indiferente con cara de sensible y solidario. Cuando andaba por la mitad del relato comprendí que nada de lo que decía le importaba. Suspendí entonces la charla, hablé del tiempo (qué raro este frío en primavera) y corté el diálogo como corresponde. No necesito orejas bien dispuestas. Tampoco pies, labios o rodillas. Me gusta entrar en contacto con gente viva y atenta. Eso sí. Supongo que si la meta es hablar de algo que importe debemos elegir mejor a los interlocutores. O callar de una vez.
L.
L.
Se quedó mirando
Estaba acorralada en la parte izquierda del tablero. Pensé en la mejor forma de inmolarme. En la más decorosa. Al final decidí que el jaque debía hacerlo un peón. Sería un buen resumen de nuestra historia. Él se resistía. Me sugirió un par de jugadas. “No -le dije-. Y si pudiera permanecer quieta lo haría”. Se quedó mirando el tablero con algo de tristeza. Ya era tarde. Alguien se acercó y dejó la cuenta sobre la mesa. Mientras juntaba las fichas recordé esos días de Buenos Aires. Las caminatas por la ciudad infinita. Los proyectos, la lluvia, el vidrio. Verlo de lejos sentado en una vereda. Verme sentada esperándolo en un café. Sí. Esos días de Buenos Aires cuando el juego era una promesa y cuando nadie ni nada había muerto.
A.
Tan bella fealdad
Los hombres y mujeres comunes, es decir, los que raramente aparecen en las tapas de revistas o en la tele son, somos, feos. Calvas brillantes, tetas caídas, arrugas con historia, canas delatoras, culos excesivos, panzas y piernas indecorosas abundan por las calles del mundo. La omnipotencia del cuerpo en bruto desespera a muchos. El camino habitual pasa por la cirugía estética (con resultados fatales en más de una ocasión), las dietas siniestras, el ocultamiento con ropa oscura y demás artilugios de la angustia. El pánico mayor es no gustar al otro y perderse la presunta fiesta sexual de los hermosos. Pero la belleza poco tiene que ver con el amor. Dejen las mujeres lindas para los hombres sin imaginación, dicen que dijo Proust. Las estatuas de divina proporción no copulan. La fealdad se disuelve en manos del amante y en la cama, dice Nietzsche, el alma cubre al cuerpo mejor que las sábanas. Los espejos se apagan como velas opacas, y, ya sin lámparas, obra solamente lo divino.
L.
De regreso
Se han devuelto las hojas que el viento había dispersado, las hojas peladas, el grito de los niños en el patio de la escuela, la bolsa llena de café y olor a café, los perfumes de abierta cereza, también los silencios se han devuelto, como las voces cascadas de las viejas cantoras, las esperanzas vueltas a guardar, el desencanto, el riesgo constante del filo, tal vez llueva esta tarde, tal vez no llueva a la noche, pase lo que pase volverán las gotas a mojar lo que está seco.
L.
L.
lunes, 22 de septiembre de 2014
Informe sobre la ceguera
Cristobal Colón no vio a los primitivos habitantes de estas tierras. Lo que vio fue primero "gente desnuda y buena", luego demonios que le arrojaban flechas envenenadas, finalmente sirenas que no eran tales, caníbales y hasta hombres sin cabeza. Los primitivos habitantes de estas tierras tampoco vieron a sus conquistadores. Creyeron que eran dioses bajados del cielo según lo anticipado por las profecías. Don Quijote no vio a los molinos de viento. Creyó que eran gigantes y combatió contra ellos con gran riesgo para su precaria salud. Ernesto Guevara, el guerrillero heroico, no vio que las condiciones del Congo y de Bolivia no se prestaban para hacer revoluciones como la de Cuba y otros lugares. Y todo así. Ciegos y visionarios. Gente que ve solamente lo que cree ver. Gente que no ve lo que se supone que está viendo. Entre ambos extremos nos movemos todos.
L.
L.
Alicia quiere salir del pozo
Releyendo Alicia en el país de las maravillas, la obra clásica de Lewis Carroll, me detengo en una escena singular. La valiente protagonista cae a un pozo profundo, mira hacia arriba y se pregunta quién es por primera vez en su vida. ¿Quién soy? Pero a la vez está harta de su extraña situación. Espera con ansiedad que alguien aparezca en el borde del gran agujero y por lo menos la ayude a entenderse como persona. Aunque, pasadas unas horas, lo que desea en realidad es que un ser caritativo se asome ya no con fines psicológicos sino con la intención clara de liberarla. Al borde de un ataque de nervios lo dice Alicia con todas las letras. ¡Estoy tan cansada de estar sola aquí abajo! Dada la situación, claro, habrá que ayudarla a salir de ahí.
L.
L.
Turistas
El turista no es un viajero inquieto sino apurado. Está interesado en consumir viajes y gozar con ellos. Su objetivo es alcanzar la satisfacción inmediata en la menor cantidad de tiempo posible y sin mayores esfuerzos. El objeto de deseo podría llamarse de cualquier otro modo y sería más o menos lo mismo. El turista prefiere los monumentos y las playas a las personas que habitan las cercanías de los monumentos y las playas. A la hora de elegir hay una opción clara por lo inanimado en detrimento de lo animado. El turista sabe que el conocimiento de costumbres culturales distintas a las de él requiere de paciencia pero sobre todo de unos cuantos días. Y el turista no está para eso. Su tiempo es escaso y el vuelo de regreso ya sale. El turista sabe que encontrarse con sujetos distintos a uno es algo decididamente agotador. Se descansa en el hotel, en los tours, en las comidas, en las piscinas o sacando fotos. Lo dicho hasta acá se vuelve más obvio en los viajes al desierto. Es menos peligroso ver camellos que entrar en contacto con los habitantes del lugar, esos que el turista llamará luego lugareños, calificativo que en este caso equivale a marcianos, seres invisibles o piedras del camino.
L.
Mirar
En sus categorías lógicas Kant, creo que fue Kant, sostiene que nada puede o podría ser mirado sin una trama previa constituida de ideas, palabras, juicios, prejuicios, teorías, consideraciones varias, lenguaje en todas sus formas. Dicho de un modo más directo. No es concebible una mirada pura o virginal sobre las cosas como si las observáramos más allá del tiempo y el espacio. Es posible estar de acuerdo con la premisa siempre y cuando, añadiría yo, estemos dispuestos a dejar de lado toda idea previa que demuestre su inutilidad o su condición errónea. Hasta hace poco yo defendía la actitud virginal o casi de vaciarse de ideas, de palabras, de todo, para poder ver la cosa en sí. Voy a cambiar entonces un pensamiento que ya no me sirve. Resulta imposible ver algo desde la nada. Miramos todo lo que vemos desde algún lugar. Con un agregado. Sin el auxilio de las palabras no podríamos ver nada, quiero decir, seríamos definitivamente ciegos.
L.
Elogio de la diferencia
Cuando dos personas coinciden en todo no deberían alegrarse sino sospechar. Eso vale para los amigos, para la familia y en especial para la pareja. La fusión total es un mito. En la vida real la divergencia refuerza la unidad, la agujerea, la hace menos compacta y menos aburrida. El amor se nutre de lo diferente como los árboles del agua. Si dos individuos están siempre de acuerdo es porque uno de los dos piensa por ambos, es decir, porque ejerce una forma sutil de dominación. Mejor dudar de la afinidad y acompañarse en lo distinto. Todo yo se nutre del no yo. Todo junto se escribe separado.
L.
La guerra infinita
Para los podridos poderes que gobiernan el mundo resulta demasiado fácil desatar una guerra. El mecanismo es tan conocido que por momentos aburre. Primero se genera un enemigo malo, muy malo, algo parecido al tiburón de las películas. Los medios hegemónicos se ocupan de difundir la maldad de los malos y gran parte de la gente, que en realidad está mirando celulares o bebiendo o bailando en el Titanic, acepta la historia, compra la historia, deja actuar a los señores de la guerra. Ellos saben cómo hacer las cosas. La guerra es por encima de todo un gran negocio. Es también un movimiento estratégico de ocupación de territorios, eliminación de gobiernos adversos, conquista de zonas que prometen gas, bases militares y petróleo. Los civiles muertos, ya sean miles o millones, son etiquetados como daños colaterales. Hay una única víctima de las guerras y son los pueblos del mundo. Pero esto último a nadie le importa demasiado. Tan fácil matar. Tan difícil hacer vida.
L.
L.
domingo, 21 de septiembre de 2014
Sin metáfora
La vida no es metáfora de nada. Los pintores y dibujantes no plasman en el cuadro lo que ven sino lo que sueñan o creen ver. Los músicos hacen algo parecido. También los narradores cuando arman historias que parecen reales. La vida se vive y punto. Por ejemplo. Si un escritor está haciendo el amor con una mujer -para decirlo de algún modo- jamás se le ocurriría interrumpir lo que está haciendo para escribir un cuento o una novela. Existir es algo en sí mismo que no puede nombrarse ni pintarse ni musicalizarse ni poetizarse. El verdadero artista no copia la naturaleza. Trabaja como ella. Vida y arte se parecen demasiado y de ahí la confusión. Pero son campos distintos para no decir opuestos. Desconfío de los artistas que aprovechan sus experiencias con el fin excluyente de hacer una obra y ganar fama. Prefiero a los que viven solamente por vivir.
L.
L.
Nocturno
Pasado el orgasmo primaveral sobreviene la depresión post-parto. Las flores cortadas en la mañana están marchitas. Las banderas que flameaban en el bosque fueron arriadas o quemadas. Llega la noche y con ella las preguntas inútiles de todos los domingos. ¿Debí decirle lo que le dije? ¿Puedo considerar una respuesta a lo que respondió? No hubo picnic esta vez. Las canastas fueron a parar al basurero junto con las cartas y las piezas del ajedrez cubano. Ella acaba de abrir la ducha. Se oye la lluvia artificial cayendo lenta por su cuerpo. Miro la hora. Enciendo la televisión. La apago. No encuentro el libro indicado. Cualquier cosa que haga es en vano. Pasado el orgasmo primaveral sobreviene la depresión post-parto, las flores marchitas, las inútiles preguntas de todos los domingos a esta hora.
L.
L.
Un amor de primavera
La perturbadora imagen de arriba ha sido y es un clásico en Suspendelviaje. Los seguidores de la primera hora lo saben. Apareció en distintos momentos y generó reacciones diversas. A veces de rechazo, otras de envidia o asombro ante la espontaneidad de los cuerpos exhibidos sin culpa con un mar de fondo. Lo que se ve no es novedad para nadie. Al parecer se trata de un chico y una chica que, por la razón que sea, sonríen muy pegados uno al otro. Supongamos que son felices. ¿Lo serán siempre? Imposible saberlo. Además, ¿es concebible una plenitud eterna y sin manchas? La pareja de la foto quizás no sea tal en estos días. La joven ha viajado a Buenos Aires y trabaja como cajera en un supermercado. El chico ha crecido, engordó un poco últimamente, se casó con una ex compañera de oficina. El primer hijo nacerá en diciembre y se llamará Lucio. Ayer pelearon por una toalla dejada en el piso del baño sin que nadie se haga cargo. Todo es una suposición sin base alguna. La foto es muda. La vida cambia, el mundo cambia, nada es para siempre. ¿Eso es un problema? ¿Los momentos felices dejan de serlo debido a su duración limitada? Al contrario. Lo hermoso es doblemente valioso por ser efímero. Llegamos por fin a la estación de las flores. La estación de un viaje que no se suspende nunca. Ni siquiera por mal tiempo.
L.
sábado, 20 de septiembre de 2014
Pregunta si
Mientras se pinta las uñas de verde esperanza Paula pregunta si es posible vivir todo el tiempo a flor de piel. Supongo que se refiere a transcurrir por los días con un grado demasiado alto, intolerable casi, de sensibilidad derramada. Sentir el instante como si fuera todos los instantes. Considerar cada día como si fuera el último. Entregarse a amores trágicos, felices, locos, intensos, o también, por qué no, desesperados. Pienso en escritores como Hemingway, Pavese, Nerval, Benjamin o Pizarnik que se mataron antes de llegar a viejos. Pienso en Flaubert que murió de cólera o de asco. Casi al pasar evoco a los astronautas que no soportaron haber visto de cerca la piel desnuda del universo. Esos que al poner de vuelta los pies sobre la tierra acabaron destruidos. Voy a decirle a Paula que no. Que es imposible vivir todo el tiempo a flor de piel. Pero a la vez voy a añadir, en voz muy pero muy baja, que esa es la única manera digna de vivir.
L.
L.
Y si acaso
Y si acaso no hiciera frío y brillara el sol en vez de lunas muertas, entonces sí, claro que sí, quién lo dudaría. Pero la ventana de siempre continúa cerrada y los pájaros que ayer anidaban en el patio desaparecieron rumbo a las islas perdidas. De no ser así, si acaso anidaran nuevamente como en los tiempos idos, entonces claro, entonces ni se duda. Pero hace frío aún y las playas no se abrieron de piernas como debieran, y desde el norte se oyen nuevamente tambores de guerra, y se oyen con una potencia que alcanza para destrozar los tímpanos, pedidos de auxilio, aviones que arrojan el viento de la desgracia sobre parejas que intentaban hacer el amor para celebrar la primavera. Y si acaso, pese a todo, lo hicieran.
L.
L.
Conquistador conquistado
Naufragios es el nombre de una de las mejores crónicas de viaje, si no la mejor, compuesta en tierras americanas. Su autor fue el primer gran aventurero llegado al continente desde la lejana y cristiana península. Alvar Nuñez Cabeza de Vaca, de él se trata, se negó a participar en la gigantesca masacre social, política y económica realizada en América por la conquista española. Fue uno más entre los pueblos originarios. Con un grupo de compañeros desarrapados y descalzos abandonó los barcos, caminó sin descanso más de 18 mil kilómetros, descubrió las cataratas del Iguazú -que en realidad ya estaban habitadas por los aborígenes de la zona- adoptó los oficios de los antiguos dueños de las flechas de quienes, también debe decirse fue cautivo. En el camino se hizo curandero y escritor. Su ejemplo debería ser retomado en tiempos como los actuales donde los cronistas de viaje se hospedan en hoteles cinco estrellas y raramente se internan en la pura selva y la pura vida. Jamás se ensucian con los olores y sudores de los que no tienen voz, de los invisibles, de los vencidos. Cabeza de Vaca tenia el cuerpo de un toro y los sueños de un ángel. Al final de su periplo extraordinario el viajero come carne cruda, duerme en el suelo y prefiere andar desnudo "como nací" porque todo esto -escribe en Naufragios- le "sienta mejor".
L.
Hombre y mujer
Un hombre no nace para ser marido, periodista, mujeriego, campesino, militar. Una mujer no nace para ser esposa, madre, puta, azafata, cantora o analista. Un hombre y una mujer no nacen para esto o aquello. Extraños deportistas se encargan, sin embargo, de convertirlos en esto o en aquello. Para realizar su obra los ejecutores cuentan a veces con la resignada complicidad del hombre y la mujer.
L.
L.
Contra el punto medio
Está esa idea tan aplaudida y bendecida de la ecuanimidad también conocida como equidistancia. La idea es simple. Si un bando dice una cosa y el otro bando dice otra habría que buscar la verdad en el punto medio, o, dicho de otro modo, en algún lugar ubicado entre los dos grupos. La idea tan simpática y al parecer correcta y civilizada de la ecuanimidad es usada en realidad para encubrir la desidia, es decir, para no llegar al fondo de las cosas. Lo que se pretende es castrar la verdad en nombre la neutralidad. Repitamos las palabras para no olvidarlas. Ecuanimidad, equidistancia, neutralidad, objetividad. Frente a tanta sobrecarga de buenas maneras y corrección política sugiero el ejercicio de la neutralidad y la objetividad a favor de las víctimas y los oprimidos. La otra opción es complicidad con los opresores. O se está de un lado o del otro.
No hay agua tibia en este campo. Está caliente o fría.
L.
No escuches
No escuches Odiseo el divino canto de las sirenas. De verdad es hermoso. Pero no lo escuches. Ellas no son desagradables. Al contrario. La mitad del cuerpo consiste en una elegante cola de pescado donde brillan el deseo y las escamas. La otra mitad, para qué entrar en detalles Odiseo, es deliciosa. Rostro de piedra tallada, cuello delicado y suave, pechos que avanzan contra el mundo, un ombligo donde podría entrar una montaña de espuma y hasta una joya de carey. Pero no las escuches Odiseo. Serás feliz unos pocos instantes con ellas hasta que te lleven, tirando de las piernas o quién sabe de dónde, hasta el fondo oscuro del mar. Y no es que el abismo sea un mal sitio, Odiseo. No podrás respirar ni un poco. Morirás rodeado de las mujeres más bellas de la tierra. Pero morirás.
L.
L.
Cuarteles de primavera
Poco antes de morir de tristeza el poeta chileno Pablo Neruda (1904-1973) respondió a unas pocas preguntas que le hizo en Isla Negra Margarita Aguirre. La mujer no sabía que se trataba del último reportaje al escritor. Sobre el final el autor de Residencia en la tierra pidió ayuda para su país amenazado por los podridos poderes del mundo. Se disculpó, de paso, por volver a hablar de política en las últimas horas de su vida. Y dijo algo más que convendría recordar. El momento de Chile es desgarrador y pasa a las puertas de mi casa, invade el recinto de mi trabajo y no me queda más remedio que participar en esta gran lucha. Mucha gente pensará ¡hasta cuándo! Por qué sigo hablando de política ahora que debería estarme tranquilo. Posiblemente tengan razón. No conservo ningún sentimiento de orgullo como para decir ya basta. He adquirido el derecho de retirarme a mis cuarteles de invierno. Pero yo no tengo cuarteles de invierno. Sólo tengo cuarteles de primavera.
L.
viernes, 19 de septiembre de 2014
La bailarina
Ella no responde a las preguntas. Gira y gira en la sala de las columnas como si fuera una bailarina. No lo es pero se mueve con habilidad y se esconde a veces o se disfraza para confundirme. Le cuento la historia de los perros alzados, le leo un poema que ella desprecia, intento enseñarle algo. La bailarina sigue dando vueltas en la sala de las columnas. Se arrodilla de pronto como un conquistador de América, me pregunta por qué hay tantos toros en el blog y por qué reina la oscuridad en todas partes. Enciendo una vela en la sala de las columnas. Nada por aquí. Nada por allá. Se oyen pasos y alguien empuja la puerta con planes indescifrables. Ella no responde a las preguntas. Y no sé por qué hay tantos toros en el blog.
L.
L.
Una balsa
Tras el nuevo hundimiento del Titanic ha quedado una única balsa flotando en el ancho y proceloso mar. No es una embarcación digna de ese nombre. Es un bote inflable con escasa autonomía de navegación. Peor. Un bote débil que un tiburón bien entrenado podría hundir con un solo movimiento de la cola. Los sobrevivientes al nuevo naufragio se aferran como pueden a esa especie de canoa construida con dura madera. Mujeres semidesnudas pierden el pudor y se dejan arrastrar hacia la nave. Caballeros de galera y simples panaderos en desgracia han formado una cadena con igual destino. Los niños callan. Queda una sola balsa para todos. De ningún modo está asegurada la salvación del grupo. Enormes bloques de hielo amenazan a los costados. Ninguno de los tripulantes sabe cómo se usan los remos y qué rumbo tomar. Es de noche y el frío muerde los huesos. Pero no hay otra salida y los que aún viven lo saben. Luego del nuevo hundimiento del Titanic ha quedado una única balsa temblorosa y leve flotando a la deriva en el ancho y proceloso mar.
L.
El enamorado
Durante los primeros días el enamorado se vuelve estúpido. Casi un payaso sin entrenamiento. Dice cosas en las que no cree. Exagera. Besa más que lo necesario. Imagina haber caído en un remolino sin fondo. Con el tiempo el enamorado ya no es tan cómico. Habla menos. Besa menos. Promete menos. Es justamente en ese punto donde el enamorado empieza a preguntarse por el verdadero sentido del amor y de la vida. Y es justamente en ese punto donde el enamorado se vuelve una persona interesante. No sólo para su amada sino también para las muchachas que merodean el castillo y aun para las que viven en aldeas alejadas donde se corrió la voz.
L.
L.
jueves, 18 de septiembre de 2014
Sin comentarios
No me termino de acostumbrar al silencio de los visitantes de este blog disparatado. Debe ser una debilidad a superar. Salvo las oportunas opiniones de Graciela, Pep, Natalia, Caro, Daniela, MSP, Sebas y algunos y algunas fieles seguidores y seguidoras...casi nadie más dice nada. Entran y se van en silencio como las hadas y los gatos. Todo bien. Pero uno quisiera saber si hay algo de todo lo que hay acá que de verdad interesa a alguien. Es cierto por otro lado que este blog se sostiene a sí mismo como libreta de notas. Sabemos que aquí entra un promedio diario de trescientas personas de Argentina, Colombia, Rusia, España y Estados Unidos entre otros países. ¿Por qué entonces tanto silencio? Habrá que pensar más en la cuestión.
L.
L.
Mujer y madre
La escasez de textos históricos referidos a la sexualidad de las mujeres es sólo comparable a la abundancia de documentos concernientes a la fecundidad. Durante muchos siglos casi todas las enfermedades femeninas fueron referidas únicamente a la matriz. La palabra histeria (del griego hystera, útero) comprendía todos los males. Durante mucho tiempo los tratamientos administrados consistieron en fumigaciones del orificio vaginal de las que se esperaba apaciguamiento y vuelta al orden, o mejor, llamado al orden, o mejor, que la mujer desaparezca ante la madre. La represión ha seguido dos grandes caminos que atraviesan la historia y las diferencias culturales. El primero consiste en oponer la madre a la mujer. La borradura de la mujer, de la sexualidad de las mujeres, tiende sobre todo a ocultar el escándalo constitutivo de la sexualidad humana en general, es decir, su independencia con respecto a las finalidades meramente reproductivas. En conclusión. Una represión constante contra el derecho femenino al placer por el placer mismo.
L.
Como desde lejos
Como desde lejos, sin dar mucha importancia, como si se pudiera renunciar al pasado, olvidar lo ganado y lo perdido, la pena aguda en el alma desierta, una piedra cayendo en el cielo, como si se pudiera tomar la distancia suficiente, algo actuado o real, no importa, como si lloviera, como si el tema en realidad no le interesara a nadie, como si diera lo mismo, como si tal cosa, desde más lejos aún, una voz que se oye mal en un teléfono a punto de quebrarse, un sonido de orina o de agua blanda, la puerta de un baño que se cierra, como si la historia no hubiera sido entendida del todo, como si la bufanda no hubiera caído sobre la otra, algo desmayada, con pelos erizados, una sobre otra como cuerpos enlazados, desde lejos, sin interés, como si no importara nada, como si fuera falsa la boca y falso el pie, como si todos los fuegos se hubieran apagado al mismo tiempo.
L.
L.
La pasión
Se puede enseñar cualquier cosa en un aula o un lugar parecido a un aula. Se puede enseñar a escribir una cabeza de noticia, se puede enseñar a hacer una torta o a coser pantalones de campo, se puede enseñar a sumar y a restar. En los talleres literarios pueden enseñarse algunas técnicas útiles. Mostrar y no decir. Nudos y huecos. No repetir palabras ni ideas. Sospechar de lo espontáneo y concentrarse. En una universidad de Ingeniería se puede enseñar a hacer puentes o presas hidroeléctricas. Y todo así. Lo que no se puede enseñar en ningún lado es la curiosidad por la vida. Lo que en ninguna parte puede enseñarse es la pasión. Se ama o no se ama.
L.
L.
miércoles, 17 de septiembre de 2014
Surrealismo revisitado
A veces conviene dejar todos los libros, las gaseosas, las televisiones, las computadoras y los celulares para volver a leer algunos poemas surrealistas. Es cierto que fueron escritos hace mucho tiempo. Algunos datan de principios del siglo XX. La gente actualizada no va tan atrás. ¿Pero por qué no volver a los poetas de la exaltación lírica y lo maravilloso? ¿Por qué dejar en el olvido a los artesanos del erotismo y los sueños imposibles? Yo estoy con un pie en la orilla derecha, otro en la izquierda y el tercero dirigido hacia el culo de los imbéciles. Eso escribió Jacques Prévert, de quien acabo de subir acá su poema El fusilado. Los surrealistas exageraban un poco con su técnica de unir cosas lejanas y, en el choque, producir un asombro interminable. Pero aun así. Casi todos ellos tenían la virtud de no preocuparse por la literatura sino por la vida, la creación, el sexo, el amor, el mundo, la tragedia. Practicaban una estética revolucionaria que no se agotaba en sí misma. Buscaban ya no cambiar el mundo sino cambiar la vida. No lo lograron. Pero la tarea inacabada sigue esperando a sus continuadores. Volver a los campos magnéticos. Volver a la mujer con senos de espectro de rosa bajo el rocío. Volver a la mujer con senos nocturnos que soñó André Breton.
L.
El fusilado
Las flores los jardines las fuentes las sonrisas la alegría de vivir. Un hombre está caído y bañado en su sangre. Los recuerdos las flores las fuentes los jardines los sueños infantiles. Un hombre está caído como un bulto sangriento. Las flores las fuentes los jardines los recuerdos la alegría de vivir. Un hombre está caído como un niño dormido.
La convivencia
La convivencia en pareja es algo lindo, a veces muy lindo, pero no siempre ayuda al desarrollo individual de cada uno de los socios o integrantes. Lo cotidiano se vuelve de pronto demasiado cotidiano. Si hay hijos el detalle observado se agrava o se complica notablemente. Los dos empujan y empujan para que todo salga más o menos bien, intentan mantener la magia cuando todo parece conspirar contra ella, no encuentran tiempo para el desarrollo de vocaciones personales, deben aceptar como amigos propios a los amigos del otro u otra que no siempre son una pinturita, cosas de ese tipo que cada cual conoce por experiencia propia. La pareja se vuelve entonces un obstáculo. Pero, ya lo hemos dicho en este blog, la convivencia es también sanadora y educativa. Pone en escena al otro, genera un vínculo basado en el deseo y la afinidad, permite alentar proyectos comunes, organiza. En resumen. Nada es perfecto en esta vida.
L.
L.
Contra la guerra
No existe causa más subversiva y revolucionaria en estos tiempos que la lucha por la paz. Históricamente los podridos poderes han optado por la solución militar, la eliminación del otro -siempre extraño y enemigo- hasta alcanzar la paz de los cementerios. Ahora Estados Unidos se ha lanzado a una nueva aventura bélica con la excusa de la lucha antiterrorista. El objetivo oculto parece ser esta vez el derrocamiento del gobierno sirio. No es la primera vez que lo hace. Basta recordar el bombardeo atómico de Hiroshima y Nagasaki, la brutal invasión de Vietnam y Afganistán, el aliento y sostén financiero de gobiernos aliados, el derrocamiento de gobiernos libres y justos como el de Salvador Allende en Chile, la guerra de Irak que produjo un millón y medio de muertos entre la población civil, el reciente respaldo a Israel en su descarado genocidio contra Gaza. Es cierto que el negocio de las armas da dinero, prestigio y poder. Es cierto también que todos los imperios de la historia, por ejemplo el romano, apostaron a la guerra para ampliar sus dominios a sangre y fuego. Pero no resultó. No resulta. Hitler lo experimentó en carne propia. Y no fue el único. La paz es premisa fundamental de cualquier intento de mejorar las cosas. La paz, claro, con justicia social.
L.
L.
Malos maestros
Alguien decía con razón que durante diez o veinte años abandonó su educación para ir a la escuela. El objetivo de la educación tradicional fue y sigue siendo domesticarnos y adaptarnos a lo que está. Si no queremos decir buen finde o mi más sentido pésame porque nos parecen tonterías, o un abuso excesivo del lugar común, nos educan para hacerlo. Obedecer fue y sigue siendo un signo de buena educación. En ocasiones la institución escolar nos entrena para reprimir hasta las ganas de hacer pis. También para olvidar lo que somos y repetir como loros la palabra loro. Los maestros dignos de ese nombre deberían enseñar lo contrario, es decir, educarnos para desaprender uno a uno los buenos modales y estimular en nosotros la fidelidad al deseo. Los malos maestros, en cambio, nos imponen la hipocresía como estilo y la resignación como sistema de vida.
L.
martes, 16 de septiembre de 2014
Tan lejos pedir
Es tan lejos pedir. Tan cerca saber que no hay. Alguien lo dijo. No importa quién. No hoy. Igual es tarde. Imposible saber cómo se llama la mujer de la ventana, la que llega tarde en la noche al departamento donde vive sola y se desviste o se desvive o llora. No se sabe nada de su vida o de su muerte. Pero ella no baja nunca la persiana de mimbre y sabe que la veo llegar desde mi casa, frente al mar del huerto perdido, a un paso de la calle de las funerarias, la veo tirar libros y tenedores en el sillón, dejar caer el vino en un vaso y ese tipo de acciones que no vale la pena detallar. Después, mucho después, apaga la luz y lo demás habrá que imaginarlo detrás o adelante de las cortinas apenas agitadas por el viento, dejar que pasen el tiempo, la lluvia, los caballos, esa larga serie de episodios concentrados todos en la ventana que no me canso de mirar aún con persianas de mimbre definitivamente bajas. Es tan lejos pedir. Tan cerca saber que no hay. Alguien lo dijo. No importa quién. No hoy.
L.
L.
Revelaciones
Sólo el esclavo puede hablar con solvencia de la autoridad. Nadie más que el pobre entiende la riqueza. La mujer virgen sabe de sexo más que las putas. Un hombre sin familia podría explayarse a fondo sobre la cena de fin de año. Nadie como el hambriento para definir el significado exacto del pan. Un inquilino o un obrero raramente se confunden cuando hablan de la propiedad privada. Tampoco un preso duda sobre el sentido último de la libertad. El condenado a muerte da clases magistrales sobre la vida. Se sabe desde la carencia y no desde la satisfacción. Desde el fondo del pozo se entiende mejor
que nadie el valor del cielo, del mar, del beso, la montaña.
L.
La forma I
La vieja y estéril pregunta de por qué se escribe algo debería ser sustituida por una pregunta nueva y es cómo se escribe algo. El cómo es la pregunta por la forma. La forma es la pregunta por la técnica. El qué es la pregunta por el significado de la obra artística. Y esto en arte es lo menos importante. Una gran experiencia mal contada o mostrada no sirve. El escritor, el artista en general, es lo que es porque se ocupa de la forma. Si no lo hiciera nadie se fijaría en su obra o su persona. La literatura cumple una función básicamente interrogativa. No se trata de "escribir bien". No se trata de retórica o buenos modales. La literatura y el arte son posibles debido a que el mundo no está hecho sino más bien deshecho. Todo está en transformación constante. Un buen libro es siempre el mejor borrador que se haya escrito. La versión definitiva de algo, cualquier cosa, no existe ni existirá jamás. Algunos creen que la forma es lo de menos. Que lo que importa es un buen contenido pulido y adornado como para regalo. Con moño y todo. No es así la cosa. El desprecio por la forma oculta el desprecio por los contenidos. El arte es signo. El contenido estará en la medida que el artista tenga algo para decirle al mundo. Y si no tiene nada, ¿para qué preocuparse?
L.
L.
Jóvenes viejos
Recibo con frecuencia mails de alumnos de periodismo y literatura haciendo consultas diversas. Se trata por lo general de gente joven que está dando sus primeros pasos en esas materias. Y uno quiere imaginar que la gente joven es menos formal que la gente mayor, quiero decir, más suelta y directa, menos aparatosa, con frescura en el hacer y en el decir. Error. Parece que es al revés. A los chicos y chicas les llenaron la cabeza de frases hechas, pensamientos comunes, ideas previas, prejuicios de todo tipo, miedo a nombrar y miedo a vivir. Escriben todos o casi todos como oficinistas de setenta o más años. Parecen burócratas bien entrenados. A ver. Voy a decirlo más directamente. Parecen viejos en el peor sentido. Mil gracias por todo. Saludos cordiales. Me despido muy atentamente. Gracias por su tiempo. En su aplastante mayoría los alumnos hablan como el jefe del departamento de recursos humanos de cualquier oficina del centro. Lacan lo advirtió a tiempo. Ya casi nadie habla. Todos o casi todos son hablados. ¿Será que a nadie le interesa ya hacer uso de sus propias palabras, de sus propias ideas, de su propia voz?
L.
L.
Treinta libros fundamentales
Pedro Páramo, del mexicano Juan Rulfo; Desgracia, del sudafricano J.M.Coetezee; Seda, del italiano Alessandro Baricco; Tres rosas amarillas, del estadounidense Raymond Carver; La vida breve, del uruguayo Juan Carlos Onetti; Relatos completos, del checo Franz Kafka; El libro del desasosiego, del portugués Fernando Pessoa/Bernardo Soares; Todos los fuegos el fuego, del argentino Julio Cortázar; El laberinto de la soledad, del mexicano Octavio Paz; Los pasos perdidos, del cubano Alejo Carpentier; Nueve cuentos, del estadounidense J.D.Salinger; Los dominios perdidos, del chileno Jorge Teillier; Paradiso, del cubano José Lezama Lima; El amante, de la francesa Marguerite Duras; El silenciero, del argentino Antonio Di Benedetto; El día de la muerte de Ricardo Reis, del portugués José Saramago; Lo bello y lo triste, del japonés Yasunari Kawabata; La broma, del checo Milan Kundera; Las ciudades invisibles, del italiano Italo Calvino; Walden, del estadounidense Henri David Thoreau; La ribera, del argentino Enrique Wernicke; Sostiene Pereira, del italiano Antonio Tabucchi; El libro de la arena, del argentino Jorge Luis Borges; Memorias de Adriano, de la francesa Marguerite Yourcenar; Esculpir en el tiempo, del ruso Andrei Tarkovski; Residencia en la tierra, del chileno Pablo Neruda; La guerra del fin del mundo, del peruano Mario Vargas Llosa; El extranjero, del argelino Albert Camus; Orlando, de la inglesa Virginia Woolf; Nadie encendía las lámparas, del uruguayo Felisberto Hernández; Diálogos con Leucó, del italiano Cesare Pavese. Y de este mismo autor, aunque la cifra suba a 31, la extraordinaria novela La luna y las fogatas. Lo siento. También faltaron Rayuela, la novela rupturista de Cortázar, y El país de las últimas cosas, de Paul Auster.
L.
L.
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