El hombre estaba en la cama, casi dormido aún, cuando su mujer volvió a las seis del hospital. Despatarrado sobre el colchón semihundido bostezaba mientras ella le contaba las oscuras miserias de la guardia. La historia del chico desnucado que cayó de una cucheta. La del muerto a cuchilladas. La de la mujer diez veces violada por un grupo de borrachos. El hombre asentía y decía cosas entre incomprensibles y monosilábicas. La enfermera, tal era su oficio en un viejo hospital de extramuros, empezó a quitarse la ropa lentamente, casi con asco, pensando en tomar cuanto antes una ducha universal que le quitara los pesados olores de la agonía y la muerte. Estaba desnuda, o muy cerca de estarlo, cuando el hombre dejó de escuchar y se dio vuelta contra la pared de estuco. La enfermera recordó algo que escuchó en una de sus noches en vela. Un hombre que no mira a su mujer cuando se desviste es porque ya no la quiere. Muy pronto, cansada y como ida bajo la lluvia caliente, la mujer recordó la frase y se observó de cuerpo entero en el espejo.
L.
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