¿Adónde fueron a parar las promesas de igualdad, solidaridad, justicia, cuidado del planeta, de la naturaleza, de la vida? La palabra utopía parece marcada por la infamia. Más bien se convirtió en sinónimo de aplastamiento del hombre por el hombre mismo. Las revoluciones fueron traicionadas y los intentos de cambiar el mundo se han frustrado o desfigurado. La inmensa máquina de esclavización y muerte no deja de funcionar en todos los aspectos y en casi todos los rincones de la Tierra. El trabajo y la infancia, el amor, la vida, la razón, los sueños, el arte. Todo está en peligro. La humanidad y su entorno penden de un hilo. Hombres y mujeres se ven amenazados a diario por la degradación social. Desocupados, miserables, apenas asistidos si tienen suerte. Vivimos la etapa de la contrarrevolución permanente. Por el contrario parece imponerse la tendencia a la resignación, al cinismo, al realismo financiero consagrado como única verdad. Quizás esté llegando la hora de retomar la memoria de tantas luchas heroicas y fraternas, la fidelidad ética y política, la renovada costumbre de la amistad y la acción que rescate al ser del parecer y nos devuelva la hermandad perdida. Los expulsados del paraíso siguen inventándose un origen que acaso nunca existió.
L.
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