viernes, 28 de febrero de 2014
La sed
Iré a París. Me salvaré. Es o sería un buen comienzo de algo. Va de nuevo. Iré a París, me salvaré, viajaré en metro o subte que es igual, iré a cenar, la llamaré, me salvará, será en París, será la sed. ¿Pero cuál es la historia? Eso no importa en este caso. Ni en este caso ni en ninguno. Además esto es un blog. Una estación de paso como tantas.Iré a París. Me salvaré. Caminaré por calles y avenidas hasta caerme muerto. O renacer. O no sé. Nadie sabe nunca nada. Nadie. Debo insistir. iré a París, me salvaré, será la sed de tener sed.
L.
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Mirar con inocencia
Mirar con inocencia es fundamental pero no resulta nada fácil. Para un niño tal vez sea posible porque está en su naturaleza. Para el adulto requiere de un esfuerzo de vaciamiento que pocos están dispuestos a hacer. ¿Vaciamiento de qué? De todo los que nos metieron en la cabeza desde siempre los malos maestros, la familia, la televisión, los diarios, las revistas, los libros sin encanto, la mentira publicitaria. Mirar con la inocencia de una abeja o una planta es, en conclusión, una aspiración válida pero inalcanzable como totalidad. Aún así. Un poco al menos. Mirar a ojo desnudo y sin ideas previas. Al menos un poco de pureza. Es buena base para empezar.
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Química romántica
Una tal Helen Fisher -antropóloga estadounidense de 67 años que se ha hecho célebre como doctora amor- dice haber descubierto por qué nos atrae una persona y no otra. Lo dice en un libro que ya vendió millones de ejemplares y que se titula A quién amamos. Con la premisa todo es química en la mente Fisher menciona hormonas diversas como la serotonina, el estrógeno y la testosterona a la vez que investiga si los contrarios se atraen y los iguales se rechazan. Sus conclusiones coinciden con lo que piensa casi todo el mundo sobre la cuestión. Cuando “hay química” hay amor. Cuando "no hay química" la pasión fracasa. Muchos años antes de que Fisher naciera hubo un tal Sigmund Freud cuyos descubrimientos en ese terreno debieron interesar a la antropóloga al menos como punto de partida. Freud negaba con razón los valores de la química romántica o científica. Observó, en cambio, que amamos a una persona que secretamente evoca rasgos de otra que conocimos en la infancia o aún posteriormente. Esbozó una idea que no está de moda según la cual todo amor es un reconocimiento más que un conocimiento. La teoría está bien ilustrada por una canción de Silvio Rodríguez (Te conozco) y por la teoría del mito del escritor italiano Cesare Pavese según la cual las cosas se conocen por segunda vez. Hay una película que retoma esa idea. Amor a segunda vista, se llama.
L.
jueves, 27 de febrero de 2014
Contra las generalizaciones
Vivimos generalizando. Somos sabios indiscutibles. Las mujeres son putas, los hombres básicos, los niños un amor y los perritos un tesoro. Implantamos leyes totales y aplicables a todos ahí donde no las hay. Decimos los políticos. Decimos las nuevas generaciones. Decimos la música ochentista. Decimos que los negros tienen ritmo y que en Brasil la gente es alegre. Nos basamos en teorías infalibles para calificar una situación que sólo puede entenderse en sí misma. Pero no es así la vida. No lo es de ninguna manera. Todo o casi todo es excepcional y singular. No hay los bebés. Hay un bebé con tal y cual característica. No hay gente buena o mala. Hay gente. Menos aún existe la típica chica de barrio. ¿Qué es eso? ¿Y la gente tóxica? ¿Cuál es exactamente? ¿Dónde vive? ¿Qué come? Ni siquiera los buenos médicos aplican todo lo que saben y con todos los pacientes en el consultorio. No hay enfermedades sino enfermos, dijo un cardiólogo. Y Freud fue todavía más allá. Escribió una vez que si la vida le demostraba que sus teorías estaban erradas, él, Sigmund Freud, estaba dispuesto a abandonarlas a todas. ¿Por qué tanto miedo a lo propio de casa cosa? ¿Para tranquilizarnos? ¿Y después?
L.
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Franqueza dudosa
La rutina del lenguaje suele presentarse hoy como franqueza, como hablar desde el alma, como decir la verdad verdadera de las cosas. Eso se percibe por ejemplo en la utilización de palabras obscenas. La gran civilización de la injuria o la agresión verbal ha quedado reducida en la actualidad a la repetición de mediocres estereotipos. Detrás de una aparente falta de prejuicios puede esconderse la más retrógrada de las mentalidades. Conviene por eso estar alertas cuando alguien nos habla de la virtud de hablar francamente o desde el alma. Esto último suele traducirse casi siempre en pereza mental, chatura, obviedad. Si algo hay que hacer es preocuparse porque las palabras, buenas o malas, no pierdan su fuerza original. Vale solamente el lenguaje que indica un esfuerzo por volver a pensar las cosas. Hay que desconfiar por ello de las expresiones comunes por más que sean dichas en nombre de la sinceridad o la franqueza. La meta es liberar el lenguaje y la vida de la rutina, la frase pronunciada diez mil veces, aquello de hablar como habla, sí, todo el mundo.
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La memoria de los peces
Tres segundos dura la memoria de los peces. En ese lapso mínimo cabe apenas una esquina, el rasgo de una cara, la desvencijada sombra de un coral. En un relámpago de agua los peces recuerdan algo que han visto quizás toda la vida. Y luego, como es natural, niegan lo ocurrido. Ellos nadan felices como ciertas mujercitas nimbadas de encanto y avanzan disparados por un arquero ciego. Los peces son líneas trazadas más allá de la distancia. Lo que sigue en la oquedad significa poco para ellos. Un cangrejo es una mancha. Y la noche del mar brilla tanto como el sol. Los peces son víctimas fatales de la brevedad y el desconcierto. No entienden el sentido del anzuelo antes de morder. La explicación es simple. Tres segundos no alcanzan para nada. Los peces viven lo que viven debido a su ignorancia. Y mueren olvidados de sí mismos. Y mueren sin historia.
L.
Sillas, gatos, películas
Hace cinco o seis años que el cineasta argentino Zuhair Jury, hermano de Leonardo Favio, no hace películas. Consultado por el tema dijo que le cuesta responder. Dijo que no conoce los engranajes. Dijo que nunca pudo entenderse con los productores. Dijo que la tarea es desgastante. Dijo que eso le duele y no quiere nada que le duela. Si no vuelve a filmar (advirtió) se pondrá a arreglar sillas. Dijo que arreglar sillas es tan importante como hacer películas, mirar por la ventana o darle de comer al gato. Dijo que no hace divisiones en tal sentido y que ninguna cosa es más valiosa que otra. Y así es. Ninguna cosa en el mundo es más valiosa que otra.
L.
miércoles, 26 de febrero de 2014
Aburridos de nosotros mismos
El bebé está cómodo cuando flota en el líquido amniótico. Mejor imposible. Nadie lo molesta, está bien alimentado, el ruido es escaso, el entorno resulta encantador. Algo pasa sin embargo y en un momento esa divina situación se vuelve insostenible. Se rompen aguas, el bebé grita, llora, acabó la paz. Pero algo empieza en ese instante. Se pone en marcha al fin una larga y necesaria caminata. No es muy diferente lo nos pasa a los adultos cuando estamos demasiado metidos hacia adentro. El yo en expansión creciente es también confortable. La mismidad nos protege de la inevitable hostilidad externa. Ni siquiera hace falta salir de casa. Algo pasa sin embargo. Y la situación de placentera comodidad se nos vuelve agobiante. Por momentos intolerable. Para decirlo de otro modo. Empezamos a aburrirnos de nosotros mismos. Y al fin comprendemos que debemos recortar el yo en expansión. Por eso amamos, estudiamos, viajamos, nos conectamos con los otros. Y ese recorte de la mismidad nos alivia y nos da la fuerza que faltaba para seguir.
L.
Duración del amor I
Muchas parejas se quiebran definitivamente al percibir el efecto corrosivo del tiempo. No amas a la persona que amabas hace diez años -ejemplifica Pascal-. Eras joven y ella también. Ahora ella es otra. Quizás la amarías tal como era cuando la conociste. Cuando eso pasa no tiene caso buscar errores posibles. Tampoco sirven la buena voluntad, las terapias de pareja, los viajes salvadores, tener hijos, etcétera. No hay nada más inútil que las acusaciones lanzadas entre sí por los antiguos amantes. La culpa es del tiempo.
L.
Duración del amor II
Es difícil medir los tiempos del amor. Freud se animó a calcular una duración aproximada que oscila entre dieciocho meses y tres años. Dado que la atracción se basa en la sorpresa -fundamentó- mal puede esperarse que la novedad se estire demasiado. Nada es para siempre. Y por la razón que sea la misma persona que generó fuertes emociones en un momento deja de hacerlo en otro. Surge entonces una nueva sensación (el apego) basada en la seguridad, el afecto, el confort real o aparente que se observa en parejas duraderas. Los enamorados del amor desesperan ante lo efímero y buscan una doble salida: cambiar de pareja constantemente, lo que siempre es un lío, o mantener la estabilidad hogareña depositando la pasión en cama ajena. Otro lío. Se concluye finalmente que tampoco el adulterio resuelve la cuestión. Suele decirse que los únicos amores que perduran son los que terminan en su mejor momento. Puede ser. Ningún camino es perfecto. En este mundo -decía Wilde- hay solo dos tragedias: una es no obtener lo que se quiere. La otra es obtenerlo.
L.
Casas viejas
Tiran abajo casas viejas. Justo frente adonde vivo. Ahora quitan los techos. Ya derribaron placares, cuadros originales, recuerdos estúpidos, besos robados al azar, cartas que no servían, ya, para nada. Tiran abajo casas viejas. Dos. En su lugar levantarán torres de esas que tienen piscina iluminada. Habrá juegos de niños y hombres armados durante las 24 horas. Los nuevos habitantes no cometerán los errores que cometieron los antiguos. No juntarán polvo ni polvos, no llenarán de fotos los cajones de la mesa de noche, no escribirán cartas (ya nadie escribe cartas), pasarán los veranos en la piscina de la terraza y no tendrán de qué hablar entre ellos y nada que añorar. Tiran abajo casas viejas. Dos. Justo frente adonde vivo.
L.
L.
martes, 25 de febrero de 2014
El extraño fútbol de los mayas
Cuando los antiguos mayas eran libres honraban a sus dioses jugando al fútbol hasta morir. A Chichén Itzá, Tulum y otras ciudades llegaban los equipos seleccionados entre los mejores representantes de la raza. Cuerpos bien formados y lujosamente ataviados se medían en certámenes que a veces duraban semanas enteras. El juego de pelota, como lo llamaban, tenía poco que ver con el fútbol actual. El balón, confeccionado con hule macizo, era extraordinariamente pesado. Los jugadores corrían por el campo haciendo gala de una extrema precisión. Las estrictas reglas fijadas por los sacerdotes les impedían tocar la pelota con las manos. Sólo podían impulsarla con golpes de cadera, piernas y brazos. Lo más asombroso era el trágico desenlace de los partidos. El juego era considerado una ceremonia sagrada y el equipo ganador era premiado con la decapitación inmediata de todos sus integrantes. La sangre derramada de estos inigualables deportistas servía para aplacar el enojo de los dioses y fertilizar la tierra. Era un privilegio que ninguno de los elegidos osaba despreciar. Los perdedores, en cambio, compensaban la humillación con la posibilidad de retornar a sus aldeas junto a sus hijos y mujeres cantando alabanzas al maíz y a las doradas manzanas del sol. Cambiaban el sacrificio heroico por una vida sin gloria. Hoy resulta fácil deducir que perder es, a veces, la única manera de ganar.
L.
Algo queda
La memoria es astuta. No guarda todo sino apenas un poco. Lo esencial. La memoria deja marcas en la piel, en la corteza de un tilo, en una playa que pronto las olas se encargarán de tapar y deformar, un dibujo mal trazado en el cuaderno de viajes. Pero algo queda siempre. Una ligera hendidura, un rastro de olor, una dedicatoria en un libro olvidado, alguna foto vieja y borrosa. Las huellas del tiempo son terribles. No existe nada en el mundo que las borre del todo. Nada. Ni diez mil litros de lavandina pura. La memoria será puta pero también es astuta. Y no se trata, apenas, de una rima fácil.
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Nada más queda
De un amor, si fue amor, no queda nada. Inútil escuchar viejas canciones (nuestro tema), recordar bares donde se dijeron cosas ya olvidadas, besos, viajes, puentes de frágiles cañas. Todo va decantando y se evapora. Primero se borra un nombre, después el otro, luego desaparece hasta la corteza del árbol donde un corazón fue dibujado. Y hasta el árbol cae. La línea se reduce a un punto. Y el estampido inicial, como las estrellas muertas, traga su propia luz. Porque de un amor, si fue amor, no queda nada.
L.
Vida interior I
Quien lee bien, pero sobre todo quien escribe de manera cotidiana, se dota naturalmente de una dobla vida. Sus días ya no son apenas sus días sino también los de los personajes de ficción que ha conocido, las historias imaginadas, los sueños imposibles. Lo que antes era un único ser se convierte en una multiplicidad de seres al estilo de los heternónimos de Fernando Pessoa. Y quien mediante la literatura o el arte vive una gran ficción -como la de Quijote, la de La Maga o la de madame Bobary por ejemplo- vuelve a la vida cotidiana con una sensibilidad mucho más alerta ante las limitaciones e imperfecciones del mundo real. Todo se vuelve más claro lo que no necesariamente significa volverse más feliz. Esto último no debería ser motivo de preocupación. La felicidad nunca hizo feliz a nadie.
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Vida interior II
Si nuestra vida se limitara a lo exterior, es decir, oficina y familia, televisión y celular, obediencia, computadora y horarios, qué triste sería. O no. Sería una base necesaria pero insuficiente. Reducir la existencia a un único cielo, un único escenario, la máscara de siempre con la sonrisa torpemente dibujada es, a todas luces, insuficiente. Quien se construye una vida interior, en cambio, goza de una vida doble, acaso más rica e interesante. Es, sería, una especie de mundo clandestino como el de la ropa interior. En la calle nadie la ve. Pero por algo la usamos y escondemos sin que se note. A diferencia del calzoncillo, la bombacha y el corpiño hombres y mujeres no deberíamos quitarnos nunca la vida interior.
L.
Justo ahora I
Va a llover, ya está lloviendo, las gotas se destrozan con placer en el mosaico. Debo tener ocho años, a lo sumo diez. Descalzo, feroz, empiezo a dar saltos de indígena australiano. Sólo me faltan los tatuajes en la espalda y los tambores que llaman a la guerra. La guerra es un ruido muy lejano. Derivo por el patio hasta desembocar en el jardín. También la tortuga ha salido a corretear bajo la lluvia. Todavía el perro no tragó su cabeza. Todavía no murió mi padre. Y mi única hermana (todavía) no se volvió loca. Adán y Eva no fueron expulsados. Mis hijos no nacieron. No conocí a esa mujer que luego olvidaría. No voy a llorar. Salto en alto, salto con los pies, triple salto mortal. Soy un maorí desacatado y sin moral. Me bajo el cierre del pantalón, orino contra el ligustro, aplasto con los pies unos cuantos caracoles, imito el gesto escurridizo de la iguana. Va a llover. Ya está lloviendo. Mamá, desde la puerta, agita sus brazos y me llama. La cena está servida. Para que no me vea trepo al naranjo del fondo. Porque en el fondo todos somos buenos.
L.
lunes, 24 de febrero de 2014
Seis mil
Veo al pasar en las estadísticas internas que el blog, este blog, completa hoy seis mil entradas. Con esta ya son 6.001. Las cifras redondas nada significan. Igual asusta el número. Seis mil textos, fotos, videos, dibujos, provocaciones, medias mentiras y medias verdades, o sea, palabras sin zapatos y sin medias, voces descalzas en un campo erizado. Seis mil pensamientos más o menos acabados y más o menos inconclusos. Seis mil relatos breves. Seis mil intentos de llegar a un otro que habitualmente permanece sin manifestarse aunque espiando en silencio como un voyeur. Seis mil apuestas a algo a lo largo de casi cuatro años. Seis mil fracasos. Seis mil puentes sobre seis mil ríos que se ven solamente desde muy arriba, alta montaña, como el río Urubamba en plena selva peruana, apenas visible entre nubes de niebla, una línea sinuosa como de pis, una señal de algo o de alguien tan abajo y tan lejos de todo.
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Sin intención
Lo que mata el encanto es la intención. No importa cuál sea la cosa que se intente. Si hubo un propósito mata el encanto. Lo realmente valioso surge porque sí. Repentinamente y al margen de planes y proyectos. ¿Para qué pasarnos la vida haciendo planos y planes sin disfrutar del instante que es todos los instantes? La intención paraliza, estructura, llena de alambres el jardín. La intención se nota. La pretensión de esconderla es inútil. Se vuelve evidente para cualquier persona con un mínimo de sensibilidad. Lo espontáneo, en cambio, irrumpe como el agua por los pasillos del Titanic. No hay forma de pararla. Lo inesperado, lo casual, lo asombroso. El torrente da vida y alegría para siempre. Lo que mata es la intención.
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El entusiasmo
¿Qué te entusiasma? La pregunta es clave y la respuesta no es para nada sencilla. Preguntarnos qué nos anima por encima de todo, dejar de lado la opinión de los demás, las modas, los mensajes publicitarios, la supuesta utilidad e inutilidad del movimiento, es apuntar directo a la fuente del deseo. Si nos animáramos por fin a probar una respuesta, y si a partir de ahí guiáramos las acciones presentes y futuras, estaríamos eligiendo un camino lleno de peligros, pero, a la vez, desbordante de posibilidades. La ley del deseo multiplica las acciones y las enriquece en un sentido amplio. La obediencia a los mandatos mundiales, sociales y familiares, en cambio, puede satisfacer por un tiempo a los que nos rodean pero jamás a nosotros mismos. Seremos obedientes y correctos para los otros, con aplauso y todo, pero postergaremos nada menos que el entusiasmo genuino, es decir, el deseo más profundo que nos mueve hacia adelante como el viento a las velas de los antiguos barcos. No apurarse entonces a responder. Tomarse el tiempo necesario para pensar y actuar en consecuencia. Una vez más. ¿Qué te entusiasma?
L.
L.
domingo, 23 de febrero de 2014
Retiro voluntario
Todos los domingos es igual. Con Paula ejercemos una especie de retiro voluntario del mundo. Cerramos todas las ventanas y las puertas para vernos. No salimos a la calle. Estamos juntos y nuestro máximo contacto con el exterior se limita a ocasionales salidas al balcón. O regamos las plantas que asoman tras la reja. O leemos un poco y vemos un noticiero con novedades por completo ajenas. No es, como se dice, una actitud sociable. No hay ejemplo alguno en lo que hacemos. Si le dan vidas Paula juega al candy crush. Si me dan muertes trato a mi modo de resistir. No hay muchos libros en la casa. Me bastan los cuentos completos de Onetti. Paula, que es abogada, lee un tratado sobre sociología jurídica. Yo a veces interrumpo todo para escribir tonterías como ésta en el blog. Paula a veces interrumpe todo para quedarse como suspendida en un planeta imaginario. Y en eso consiste el aislamiento elegido.
L.
Creencias
Para los escritores y artistas las creencias son un obstáculo insalvable y peligroso. Las ideas fijas conspiran contra la corriente libre del río, del viento, del fuego y de la vida. Las ideas fijas, los dogmas, las religiones en un sentido amplio anulan todo atrevimiento estético y sensual. No hace falta aclarar que los escritores y artistas pueden tener todo tipo de creencias. Pero no deberían permitir que los credos se inmiscuyan en sus producciones. Si eso ocurriera las obras se asimilarán más a la predicación (el fatídico mensaje) que a la invención pura y virtuosa típica de los grandes creadores. La única moral de un libro -dice Wilde- radica en que esté bien escrito. Lo demás pertenece más al campo de la corrección política o la mojigatería que a la tan necesaria verdad del arte y de la vida.
L.
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sábado, 22 de febrero de 2014
El mejor escritor del mundo
El mejor escritor del mundo, hablo naturalmente de autores contemporáneos, es, como ya se ha dicho aquí, el uruguayo Juan Carlos Onetti. Sé que esta afirmación no contará con adherentes. Su novela El pozo es insuperable. Los lectores modernos y bien informados leen a Almudena Grandes e Isabel Allende. También a Alice Munro desde que ganó el Nobel. Pero el mejor escritor del mundo, como ya se dicho aquí, es, fuera de toda discusión, el sudafricano J.M.Coetzee, cuya extraordinaria novela Desgracia acabo de releer por cuarta vez. Esto último confirma que sin dudas el mejor autor de todos es Jorge Luis Borges, a quien en las redes sociales le siguen atribuyendo un poema falso y estúpido que por supuesto no le pertenece. Nadie supera entonces a Julio Cortázar, qué lindo sería volver a leer Rayuela, y a William Faulkner, el mejor de todos, cuya novela El sonido y la furia no se entiende nada pero es incomparablemente mejor a todas las demás. Podría pasarme el día hablando del mejor escritor del mundo, o sea del poeta chileno Jorge Teillier, quien como todo el mundo sabe se llama Cesare Pavese. Pero mejor no sigo. Para decir que un escritor es el mejor habría que haberlos leído a todos, lo cual, obviamente, es imposible.
L.
Temas prohibidos
Con Paula tenemos una serie de temas prohibidos. Nunca lo hablamos pero es una especie de acuerdo tácito que no requiere de pactos formales. Uno es la infidelidad. La de cualquiera de los dos. Otro se relaciona con los osos polares. Paula no soporta los documentales donde se informa que dentro de poco morirán todos ellos. Como se sabe los osos blancos serán las primeras grandes víctimas de la destrucción del Ártico. Dejamos de lado los detalles morbosos del exterminio de pueblos enteros, preferimos no quejarnos de la ignorancia que destilan las redes sociales, obviamos lo obvio siempre que podemos. Tampoco hablamos del ruido que nos invade desde los departamentos vecinos. Es tanto lo que nos molesta que decidimos no tocar esa cuestión. Nos negamos a intercambiar ideas sobre escritores porque los dos tenemos preferencias muy claras en ese campo. Ni de cine. Nos gustan las mismas películas que vemos una y otra vez sin cansarnos. Los temas permitidos son pocos. Pensar en la comida para la noche, las clases de yoga que compartimos, tal o cual consideración sobre los libros que está leyendo cada uno, hablar mal o reírnos de alguna persona que ambos conocemos. Muy pronto Paula y yo nos quedaremos en silencio. O saldremos a caminar por esas calles a la espera de tiempos mejores. Y de esto último ni hablar.
L.
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Dos libros
Hay solamente dos libros, dos entre todos los existentes, cuya lectura atenta permite entender algo de este mundo. Uno se llama Fahrenheit 451, su autor es Ray Bradbury y es una novela situada en un futuro donde leer está prohibido. La gente vive en un estado de ignorancia generalizada. Los bomberos no apagan incendios sino que se dedican a prender fuego a los libros si hay denuncias. No faltan delatores, claro, como los hay ahora en todas partes. El segundo libro cuya lectura atenta permite entender algo de este mundo es Malestar en la cultura. En este caso no se trata de una novela sino de un ensayo escrito por Sigmund Freud. Lo que aquí se pone en duda o en debate son los caminos que elegimos habitualmente para ser felices o realizarnos como personas. En conclusión. Todo lo que hay que saber para entender algo de este mundo, y quizás también del otro, está resumido en estos dos libros, dos entre todos los existentes.
L.
L.
viernes, 21 de febrero de 2014
Mar de superficie
No deberíamos degradar la superficie de las cosas por temor a ser considerados frívolos o poco profundos. Es ahí, en la superficie de las cosas, donde se manifiesta lo más hondo, lo más íntimo y secreto de la existencia. Una llanura por ejemplo delata mejor que nada el centro oscuro de la tierra. El oleaje marino habla a su modo de las capas más abismales del océano. Los peces largos y raros con linternas en la frente, los campos de coral, los barcos hundidos hace siglos. En nombre del mar de fondo no deberíamos subestimar lo que está arriba. Ambos niveles están íntimamente relacionados. Lo dicho se aplica también al amor. Lo más leve, la gota más temblorosa y plena de olor y humedad, la discusión pasajera o el beso inesperado tienen que ver, cada uno y en conjunto, con el verdadero carácter del vínculo amoroso. Lo más profundo es la piel, dice Paul Valéry.
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jueves, 20 de febrero de 2014
¿Por qué siempre arriba?
Observo que la mayoría de los visitantes de este blog miran solamente lo de arriba. Estoy seguro de que ahora leerán nada más que estas líneas sin sentido. ¿Por qué? Porque están arriba. Nadie se anima a hurgar un poco más abajo siendo que justamente ahí, como todo el mundo sabe, suele estar lo más valioso. Abajo o al costado. Pero no tan arriba, tan vistoso, tan notable. ¿Por qué siempre arriba? La pregunta parece hablar de otro tema pero no. Habla de éste. Aquí, como en casi todas partes, lo más interesante sigue estando abajo.
L.
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Línea
Elegir en la vida una única línea de acción pesa mucho. Pesa demasiado por mejor y más perfecta que sea la línea adoptada. Aún si fuera la opción fundamental. Lo que quiero es escribir, dice alguien. Y entonces deja el trabajo, no lava los platos, no se baña en las mañanas, no va a tomar cerveza con amigos, no escribe en este blog. ¿Por qué? Porque se ha inclinado por lo fundamental, lo más alto, lo más importante, nada más y nada menos que el destino. Habría que revisar a fondo ese comportamiento. En vez de una única línea de acción probar con varias líneas entrecruzadas. En vez de solamente escribir también leer también dormir también reír también limpiarse y ensuciarse. Y así, quién sabe así, hasta la escritura saldrá con más potencia por esas calles que por algo son varias y suben y bajan como puentes o como la tercera orilla del río más hermoso.
L.
Mar de fondo
No habría que perderse demasiado en los detalles, esas curvas pronunciadas de la orilla o las mujeres, las anécdotas sin consecuencia, el lunar en el hombro, la pelea de ayer, ese tipo de cosas no deberían distraernos del mar de fondo. No nos engañemos con nimiedades, con cosas del momento, con palabras que de pronto suenan mal, portazos a la hora de la cena. Porque sin negar el valor de los acontecimientos mínimos, lo que verdaderamente importa es el mar de fondo, eso que está detrás de cada cosa, lo de mucho más atrás, lo que debe ser observado a ojo desnudo, limpio, implacable y muy abierto. Hay un mar de fondo en el fondo que de alguna manera determina la acción cotidiana de los extraños deportistas. De ellos y nosotros. Concentrarnos ahí entonces. No perder tiempo. Aprovechar ahora, además, que el oleaje está en calma.
L.
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Mil palabras II
No soy lector de Stephen King. Eso no se debe a que tenga algo contra él. Simplemente no ocurrió que alguno de sus libros cayera en mis manos. Miento. Tengo uno pero no cotiza, quiero decir, no es una historia de ataúdes inquietos. Se llama Mientras escribo y aborda la escritura como oficio. El libro, muy recomendable para escritores nóveles o ya formados, no dice nada original. Pero eso poco que dice o repite sigue siendo fundamental. Dice por ejemplo que a escribir se empieza palabra por palabra. Dicho de otro modo. Así como a nadar se aprende nadando a escribir se aprende escribiendo. Luego añade: y leyendo. Las dos cosas. King propone a los iniciados componer mil palabras diarias con un día semanal de descanso. Es una cantidad apreciable. ¿Pero de qué mil palabras se trata? Después de desconectar teléfonos, celulares, radios, televisores, ipods y tablets, después de cerrar el cuarto con doble vuelta de llave, el paso siguiente es crear y crearse un mundo propio, y, sobre todo, ser honestos. No mentir en el sentido profundo del término. O mentir para decir una verdad por más parcial que sea. En su última provocación Stephen King dice que desconfía de los argumentos. Lo subraya por dos razones. Una. La vida misma carece de argumento. Dos. La idea previa conspira contra la espontaneidad de la creación auténtica. Las historias interesantes aparecen en el acto mismo de escritura al igual que los buenos comienzos y las escenas emocionantes. ¿Y qué sentido tiene preocuparse por el final?, pregunta el maestro. ¿Y de qué sirve obsesionarse con controlar todo incluso aquello? Tarde o temprano -concluye- siempre pasa algo.
L.
L.
miércoles, 19 de febrero de 2014
Guardavidas
Hace siete u ocho años una mujer me sacó del agua y me salvó. Pertenecía al cuerpo de guardavidas de Necochea y Quequén. Yo me había aventurado muy adentro en el mar y todo eso fue, lo recuerdo ahora, una tontería. Estaba pescando y uno de los anzuelos de la línea de fondo se había enganchado en una roca a varios metros de profundidad. Resolví salvar esa línea y cuando quise volver a la costa no pude. Estiraba alto los brazos, hacía la patada con las piernas, pero las corrientes marinas me llevaban más y más adentro. La mejor brazada resultaba inútil. Caí en una especie de remolino y empecé a considerar como posible la muerte inminente. Fue entonces cuando apareció una mujer perteneciente al cuerpo de guardavidas de Necochea y Quequén. La chica estaba especialmente entrenada. Me tomó suavemente de las manos, me dio pocas indicaciones y eso me permitió salir del pozo. No eran buenos esos años. Había perdido muchas cosas y pensé que no lo soportaría. Ana, la joven en cuestión, fue después mi novia o mi mujer y me mantuvo a flote por dos o tres años hasta que un día resolvió devolverme al remolino. Me empujó suavemente, tal como lo había hecho al comienzo, pero en dirección contraria. Y me dejó finalmente al borde del desastre. No me enojé pero tuve que enfrentar la situación esta vez en completa soledad. Pude volver a la playa y ahí me encontré con Andrea, otra integrante del cuerpo de guardavidas de Necochea y Quequén. Andrea hablaba poco pero se manejaba bien en la tierra y en el mar. Una vez nadó desde Bogotá a Buenos Aires donde fue recibida con aplausos. El amor no es un guardavidas pero se le parece. El oleaje sigue siendo peligroso. Y ahora me cuido más en las aguas profundas.
L.
Despedirse
Hay que aprender a despedirse. ¿A despedirse de qué? ¿De quiénes? De la escuela, de un amigo, de un amor, de un perro, de una playa, de un país, de una forma de ver el mundo. El siguiente paso conduce a vivir nuevos comienzos. Animarse a viajar sin rumbo. Habitar un lugar donde perder no sea una desgracia. Y donde convertirse en adultos no tenga el oscuro sentido de una infancia traicionada.
L.
Por qué amamos
A casi todo el mundo le encanta el amor pero nadie sabe decir qué es. Platón se preguntaba por qué hay hombres y mujeres. Y sostenía que en el origen había un solo ser que era el andrógino. Luego este último se dividió en dos. Supuestamente el amor sería la nostalgia que tenemos todos de volver a la versión unificada. O sea. Cuando por ejemplo los hombres buscamos a una mujer lo que en realidad procuramos es a nuestro doble. Y viceversa. Es como si mediante el vínculo quisiéramos completar de algún modo la figura original. No creo que así sean las cosas. No lo creo para nada. El amor no completa. Surge, en todo caso, porque en un momento de la vida no aguantamos eso que se llama mismidad. Para decirlo más brutalmente. Nos aburrimos de nosotros mismos. El yo en expansión puede resultar agotador. Y por eso, perdón Platón, amamos.
L.
Por qué buscamos
Yo no busco/encuentro. Algo así dijo Picasso y la frase quedó para siempre. Acaso el artista no sabía que buscaba. Encontrar es resultado de un plan subterráneo, es decir, ignorado en el plano de la conciencia. Todos vamos detrás de algo o de alguien. El objetivo no tiene nombre ni lugar. Suspender el viaje por cansancio o conformismo no resulta. Hay que seguir...Pero sin demasiadas ilusiones. Las cosas se buscan con más ardor del que se gozan.
L.
Por qué elegimos
Casi nadie se pone a pensar por qué elegimos a una persona y no a otra, por qué nos gusta un color y no otro, por qué nos inclinamos por viajar a un lugar y no a otro...habiendo tantos. Por más difíciles que sean las cosas raramente nos equivocamos. Y si erramos la causa no está en la elección. Ya es hora de hacernos cargo. Elegimos por algo. Una especie de plan subterráneo colabora en ese plan jamás planificado. Cuando nos atrae un nombre, un gesto, una palabra, un cuerpo o un rostro entre diez mil, es porque aún de manera inconsciente ese conjunto nos resulta familiar desde la infancia. Y porque eso que aparece como nuevo remueve en nosotros una materia lejana pero intacta. En resumen. No existe un ver las cosas por primera vez. Si algo nos conmueve es porque ya nos había conmovido de manera inconsciente en un pasado remoto. Por eso decimos que las cosas se descubren, siempre, por segunda vez.
L.
martes, 18 de febrero de 2014
Autocrítica en el blog
Es verdad como dice Laura (una lectora) que este blog tiende a automutilarse de manera constante. Ayer cuatro o cinco posteos fueron volados de un saque. Está eso de arrepentirse no bien se dijo algo, o pensar que es una tontería, o, peor, que es más de lo mismo. Y en la volada caen textos quizás valiosos. Es verdad que la autocrítica no siempre construye. A veces es puro exterminio. La pulsión de muerte puede más. O esa idea de derrumbar para levantar, lo blanco y lo negro sin grises, revolución o muerte, no pasarán y demás frases binarias que no necesito explicar. Pero también es cierto que los visitantes comentan poco y nada por acá. Sé que hay más gente que nunca en este lugar. Casi cuatrocientos hubo en el día de hoy. No quiero contraatacar. Pero a veces la permanencia o no de un posteo depende también de algún empuje que venga de afuera a través de un comentario por muy cortito que sea. Y lo digo yo que suelo enaltecer la soledad fuerte y orgullosa. Con seguridad esto debe ser un claro gesto de debilidad.
L.
Palabras íntimas
"Cuando digo algo pierde inmediatamente su importancia -dice Kafka en sus diarios-. Cuando lo escribo la pierde siempre. Pero a veces adquiere una nueva". Se supone que el diario íntimo no sólo carece de importancia sino de lectores. Ahí todo vale. Pensamientos, sueños, ficciones, prohibiciones, comentarios acerca de uno mismo, acontecimientos importantes o insignificantes. Se supone, también, que se escribe un texto sin destinatario aparente con el objeto de confesar lo inconfesable, para bajar la ansiedad, conjurar fantasmas o como examen de conciencia e inconsciencia. Los diarios íntimos no permiten a su autor saber quién es pero al menos lo ayudan a saber en qué se está convirtiendo. Hay una descripción clínica de una mutación en marcha. Hay también narrativa personal y un gran autoengaño: el de creer que es el autor el que habla (su yo) sin recordar, como advierte Rimbaud, que yo, siempre, es otro.
L.
Palabras
El lenguaje encubre mucho más de lo que muestra. Las palabras son usadas para no decir lo que en realidad parecen o pretenden decir. Veamos algunos ejemplos tomados al azar. Según los códigos modernos ya nadie se enferma sino que lucha contra la enfermedad. Lo que antes era ser víctima de síntomas determinados ha sido transformado por el pensamiento positivo en un combate divino y maravilloso. Todos saben que no es cierto. Y sin embargo así lo dicen. Tampoco se muere la gente. A lo sumo nos deja, fallece o se va al otro mundo -si es que existe-, o a otra vida o pasa a un nuevo estado llamado inmortalidad. No hay viejos en el siglo XXI. Sólo ancianos, gente de edad avanzada, o, a lo sumo, viejitas macanudas. Un trabajador ya no es echado o despedido del empleo. Ahora es desvinculado. Y todo sigue en esa línea de engaño grato y aceptado. Se llama amigo o amiga a una carita fantasmal que asoma en Facebook. Por suerte ya no hay soledad. Vivimos ahora en una feliz comunidad. Siempre que me necesites voy a estar ahí, mienten los nuevos amigos en las redes sociales o por mail. Ya no hay explotación del hombre por el hombre. Hay ganas de trabajar en equipo y formar parte de un lindo proyecto laboral. Tampoco hay revoluciones o lucha contra la opresión o disidencias. Hay terrorismo y debe ser combatido hasta el fin por la gente de bien. No importan los métodos. No importa siquiera saber si de verdad hay terrorismo en el mundo. Nadie está angustiado. Nadie está triste. Nadie tiene pensamientos sucios. La vida es hermosa y el amor es más fuerte. Este posteo podría continuar así hasta el infinito. ¿Pero para qué seguir? El lenguaje encubre mucho más de lo que muestra.
L.
Palabras calientes
Leo en un manual de escritura literaria un método infalible para escribir novelas eróticas. Uno de los puntos consiste en incluir personajes siempre dispuestos a realizar un acto sexual con quien sea y en cualquier circunstancia. Otra idea es implantar en una parte del relato alguna prohibición a fin de que sea transgredida en otro lugar de la narración. Se supone que esto excitará especialmente a los lectores sensibles. La extensión ideal de la novela -advierte el libro en un tono pretendidamente irónico- es de 69 poses y 151 páginas. Por último se aconseja incluir en el texto un pasaje fuerte y descriptivo a fin de que la imaginación descanse. Qué absurdo. Los autores del manual no escucharon a tiempo una advertencia de Cortázar sobre el tema. Ahí el autor de La señorita Corapropone a los cultores del género desplegar el lado más lúdico del sexo considerado en cualquiera de sus formas. Y propone además que el erotismo surja naturalmente y sin intención de calentar a nadie.
L.
Palabras olvidadas
Esta mañana olvidé las palabras Albert Camus. Tuve que buscar la novela El extranjero para verlas escritas y aliviarme. Pero el episodio me pareció grave para no decir gravísimo. Tampoco acerté con el nombre de Cabrera, la calle que corta a Gascón justo en la palabra esquina. No sé ya cómo se dice vaso, caso, faso, paso en falso. No tengo idea de la rima. No sé cómo llamar al animal que casi todos usan como mascota. O los nombres de las estrellas principales de la constelación de Orión, o cómo se llama la protagonista de la película El imperio de los sentidos, el nombre de la segunda ciudad más importante de Noruega o para qué decir pluscuamperfecto. La desmemoria crece y siento que me rodean objetos anónimos, es decir, incomprensibles, indesignables, imposibles ya de bautizar. El mar ya no es el mar. Olvidé el sentido de la palabra árbol. Y qué decir de la palabra beso, aunque a veces, como en este caso especial y espacial, más importante es recordar el acto que su nombre.
L.
Ventajas
Son indudables las ventajas de no enterarse de nada. La ignorancia generalizada facilita un tránsito por la vida desprovisto de malos ratos. Uno puede divertirse, encontrarse solamente con gente alegre, sacar fotos en los cumpleaños y subirlas después a Facebook, hacer chistes durante un paseo, también viajar de manera constante hacia remotos lugares, tener pareja, salir a correr entre las balas, bañarse y después secarse con una toalla perfumada. Todo en su lugar. Cada día una fiesta. Cada día un orgasmo. Buenos amigos en todas partes y hasta algún desliz que completa el estado de éxtasis. Recuerdo ahora un cuento de Katherine Mansfield. El cuento se llama Felicidad o algo así. Cuenta la historia de una joven mujer que se prepara, esa noche, para recibir junto a su marido a un maravilloso grupo de invitados en la hermosa casa donde vive. Sí. Lo acabo de recordar. El cuento se llama Felicidad y puede ser leído por Internet. Recuerdo especialmente la última escena del espléndido relato. Cuando la hermosa fiesta llega a su fin el marido de la mujer feliz acompaña a la mejor amiga de la esposa hasta la puerta de la casa. La ayuda a ponerse el abrigo. Le dice: ¿mañana? Y la mujer responde con esa misma palabra. Mañana. La joven y divina esposa escucha el diálogo. Entiende lo que quiere decir. Decide salir al jardín y ver un árbol maravilloso que permanece ahí. Inmutable. La mujer sonríe y piensa. Son indudables las ventajas de no enterarse de nada.
L.
Desventajas
Enterarse de algo es un problema. ¿Algo como qué? Lo que sea. Pero todo conocimiento se convierte en un desafío grave para la gente mínimamente responsable. Me entero por ejemplo de que en las cárceles argentinas se tortura a los reclusos con picana eléctrica. Eso ocurre hoy, es decir, no estoy hablando de los setenta sino de estos días de febrero de 2014. Sé que en alrededor de 35 años no habrá más peces en los mares. Ni grandes ni chicos. Ningún pez. Mediante fuentes confiables sé que el siglo XXI, o sea éste, será el siglo de las guerras ya no por el petróleo sino por el atesoramiento de agua potable. Me entero de que la soja esteriliza la tierra para siempre. Sé que la educación es una estafa. Lo es al menos en una considerable cantidad de institutos prestigiosos. Sé que el amor termina por una razón o por otra. Sé que la vida también. ¿Qué hago con todos estos saberes por supuesto parciales y discutibles? ¿Sigo viviendo como si nada? ¿Decido involucrarme para que las cosas mejoren? ¿Vivo más intensamente? ¿Me hago el distraído y me refugio en la cajita feliz? Enterarse de algo es un problema. ¿Algo como qué? Lo que sea.
L.
domingo, 16 de febrero de 2014
Decir para no decir
Con frecuencia el lenguaje encubre más de lo que muestra. Las palabras son usadas para no decir lo que en realidad parecen o pretenden decir. Veamos algunos ejemplos tomados al azar. Según los códigos modernos ya nadie se enferma sino que lucha contra la enfermedad. Lo que antes era ser víctima de síntomas determinados ha sido transformado por el pensamiento positivo en un combate divino y maravilloso. Todos saben que no es cierto. Y sin embargo así lo dicen. Tampoco se muere la gente. A lo sumo nos deja, fallece o se va al otro mundo -si es que existe-, o a otra vida o pasa a un nuevo estado llamado inmortalidad. No hay viejos en el siglo XXI. Sólo ancianos, gente de edad avanzada, o, a lo sumo, viejitas macanudas. Un trabajador ya no es echado o despedido del empleo. Ahora es desvinculado. Y todo sigue en esa línea de engaño grato y aceptado. Se llama amigo o amiga a una carita fantasmal que asoma en Facebook. Por suerte ya no hay soledad. Vivimos ahora en una feliz comunidad. Siempre que me necesites voy a estar ahí, mienten los nuevos amigos en las redes sociales o por mail. Ya no hay explotación del hombre por el hombre. Hay ganas de trabajar en equipo y formar parte de un lindo proyecto laboral. Tampoco hay revoluciones o lucha contra la opresión o disidencias. Hay terrorismo y debe ser combatido hasta el fin por la gente de bien. No importan los métodos. No importa siquiera saber si de verdad hay terrorismo en el mundo. Nadie está angustiado. Nadie está triste. Nadie tiene pensamientos sucios. La vida es hermosa y el amor es más fuerte. Este posteo podría seguir así hasta el infinito. Pero mejor parar acá. El lenguaje encubre más de lo que muestra.
L.
L.
sábado, 15 de febrero de 2014
Posturas invertidas
En yoga hay algo llamado posturas invertidas. No son fáciles de describir pero lo voy a intentar. Hay una especie de lazo que uno se coloca en la cintura. Un pie va a la pared. Después el otro. Las piernas se apoyan en el muro dibujando un rombo o algo parecido. El tronco, la cabeza y los brazos caen hacia abajo. No sin dificultad pude hacer la postura invertida la semana pasada y volví a hacerla hoy, siempre con miedo a morir en el intento. Eso no ocurrió aún. Pero vi el mundo desde abajo. Al revés como debería estar para no ser lo que es. Cambia el punto de vista. Eso genera inseguridad, angustia, desconcierto. Vienen los recuerdos, lo perdido, lo que pesa. Después de algunos minutos la postura se desarma. Se afloja el lazo. El mundo vuelve a ser lo que es y la sesión de yoga termina en relajación. Al final uno se queda esperando que venga la próxima para poder ver las cosas desde abajo, es decir, como realmente son.
L.
viernes, 14 de febrero de 2014
Blog y escritura
Escribir en un blog es una tontería completa. Textos demasiado cortos, provocaciones disparadas al aire, búsqueda de un otro que siempre es un fantasma, ese tipo de cosas. Para los que escribimos, sin embargo, el blog es útil. Es como salir a correr o hacer aparatos en el club (qué horror). Una especie de entrenamiento constante en el manejo del lenguaje. O sea que un blog podría servir a ese objetivo. Fui claro. No hablé de los que pretenden convertirse en escritores. Para estos últimos el blog no sirve para nada. Para los que escribimos sin por qué ni para quién, en cambio, este espacio es buen gimnasio. Igual, como en cualquier ejercicio físico, no conviene exagerar.
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Romeo y Julieta I
Sería interesante imaginar la tragedia de Romeo y Julieta sin tragedia, es decir, sin pelea entre capuletos y montescos, sin demoras del correo, sin venenos reales o fingidos, en una Verona parecida a cualquier ciudad occidental, es decir, muchos celulares sonando al mismo tiempo, comidas rápidas, alarmas de ambulancia y felicidad generalizada. Me pregunto si Romeo y Julieta colgarían sus perfiles en Facebook. Si elegirían ese medio para separarse como es costumbre ahora. Me pregunto si habrían tenido un hijo, y, en tal caso, si Romeo ayudaría a cambiar los pañales o se quedaría hipnotizado todo el tiempo con el Candy Crush. Julieta quizás se enojaría. O se inscribiría en un taller de teatro para distraerse o conectarse con su yo profundo. Romeo preferiría jugar fútbol cinco en el club de la vuelta, Julieta le haría ojitos a un compañero de teatro y, en fin, para qué seguir. Como dije al comienzo. sería interesante imaginar la tragedia de Romeo y Julieta sin tragedia.
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Romeo y Julieta II
La más hermosa historia de amor que se ha escrito es, quizás, Romeo y Julieta. Lástima que el resultado de esa pasión fue desastroso. Ella tenía apenas catorce años. Él dieciocho. Murieron los dos por disputas familiares más una tonta demora en el correo. Qué linda historia. Aún así podemos ver lo positivo. Porque al morir antes de tiempo Julieta y Romeo se salvaron del inevitable desgaste: toallas en el piso, cuentas sin pagar, quién lava los platos, diálogos duros, infidelidad, problemas en la cama, embarazos no deseados, etcétera. No todos los enamorados tienen tanta suerte.
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Un barco de papel
Pasé la mitad de mi vida en un barco ballenero. No es metáfora. Yo pertenecía a la marina mercante y recorrí el mundo entero, o casi, capturando cetáceos y tiburones pequeños. En los descansos conocí lugares increíbles. Todavía recuerdo el viento caliente sobre las arenas de Egipto, los atardeceres lujuriosos en Mikonos, las noches blancas entre licores y putas. La vida en el mar no es fácil. Cuando hay tormenta algunas olas tienen más de cien metros y la embarcación queda sumergida por segundos que se vuelven horas o minutos. En esos casos ni siquiera sirve rezar. Yo era timonel (una guardia de cuatro horas a la tarde y otra a la mañana), y, en esa condición, aprendí que las olas deben ser tomadas por el medio y jamás por el costado. Como las mujeres. Remando en un bote escapé de ballenas entre espumas de sangre y en las tardes escuché el zumbido bravo de los arpones. No me puedo quejar. Llegué a ver la aurora en las islas más hermosas de la tierra. Hoy todo aquello pasó. Ahora, treinta años después, soy taxista en Buenos Aires. Trabajo doce horas diarias y me gusta hacerlo. Sigo siendo libre como cuando saltaba en la cubierta de los barcos. A veces extraño las olas gigantes, los puertos, las ballenas, los enormes silencios del océano. Pero, ya lo dije, soy libre. No dependo ni de jefes ni de horarios. De noche, cuando se van los amigos, me quedo solo contemplando el cielo en el jardín de mi casa (vivo en Tolosa), y, a la mañana siguiente, me despierto muy temprano. La sensación es rara. El sol se levanta cuando el día ya es demasiado viejo para mí.
L.
San Valentín
No pude averiguar por qué se festeja el día de los enamorados. Pero veo mucha excitación en las empresas del ramo. El entusiasmo es total. Desde los incómodos forros Tulipán hasta chocolates ricos, promos en los telos y cenas románticas con velas y show patético al final. Todo parece converger en una celebración orgiástica donde falta apenas el invitado principal. Es una lástima. Si se hiciera presente animaría un poco la fiesta. Los que alguna vez amaron y fueron amados saben que la divinidad resulta más bien esquiva. La muy puta elude a los cazadores y apenas muestra un bretel -si la apuran- para desaparecer de inmediato como el hada madrina. Una amiga me escribe que le gustaría tener un novio al menos para no estar sola en este día. Le dije que lo piense. El precio a pagar por la compañía suele ser muy alto. San Valentín es perverso. Y el amor, como la poesía, sopla cuando quiere y donde quiere. Incluso ahí.
L.
Miedo a enamorarse
Los que se enamoran temen, a la vez, enamorarse demasiado. Temen, en realidad, que el objeto de amor extremo y supuestamente alcanzado pueda perderse en algún momento. Los que se enamoran endiosan al ser amado hasta límites increíbles. Tanto se aferran que lo que debería ser motivo de paz y felicidad plena genera angustia. Sin él o sin ella me muero, dicen. No voy a poder seguir viviendo. Luego descubren que sí, que pueden seguir viviendo -trabajando, amando, creando- y que ningún objeto o cosa de este mundo, o del otro, puede ser alcanzado jamás. No totalmente al menos.
L.
jueves, 13 de febrero de 2014
El deseo del otro
El deseo es el deseo del otro. La idea es uno de los pilares de la teoría lacaniana. ¿Qué significa exactamente la frase? Cuando somos niños solemos pensar que si hacemos lo que nuestra madre espera de nosotros ella va a querernos más y quedará satisfecha por completo. Y entonces lo hacemos. ¿Quién no quiere ver feliz a su madre? ¿Quién no quiere ser amado por sus progenitores? Pero cuando elegimos ese camino descubrimos que mamá no está del todo complacida con lo que hicimos para cumplir con su apremiante deseo. Eso para no decir que no está para nada complacida. Enseguida notamos que, justamente por eso, por la incurable insatisfacción, demanda de nosotros una nueva acción que supuestamente la hará, esta vez sí, muy feliz. De la actitud que adoptemos ante el nuevo reclamo dependerá el presente y, lo que es aún más importante, el futuro. La mención de la madre es apenas un ejemplo. En la vida adulta repetimos un comportamiento similar con nuestras parejas, nuestros hijos, nuestros amigos, nuestros jefes en el trabajo. El deseo es el deseo del otro. Habrá que pensar bien qué hacemos con eso.
L.
Lo seguro y lo inseguro
Los empleos seguros tienen un beneficio indudable. Salario a fin de mes, aguinaldo dos veces al año, máquinas de café, sensación de vivir en comunidad, distraerse un poco de la rutina hogareña gracias a la rutina laboral, etcétera. Hasta aquí no hay discusión. Los empleos seguros, sin embargo, tienen una muy ligera desventaja. Son tan seguros que promueven en el empleado o empleada una especie de placidez demasiado parecida a la chatura. Dado que el trabajo es estable nadie hace nada para sí mismo. Nadie se mueve como no sea para ir al baño, salir al patio o servirse café en las máquinas automáticas. Dejar de pertenecer a esos refugios tibios y gratos no es deseable. Claro que no. Ya se sabe que en tal caso desaparece la cajita feliz, la canilla gotea justo ahí, gritan los vecinos, el día se vuelve sombrío por momentos, no parece haber futuro. Pero la intemperie sin fin, como todo, goza de una muy ligera ventaja. Promueve la acción para ocuparse de uno mismo, buscar algo nuevo, cuestionar la vida en su conjunto. Ambas situaciones deben ser consideradas en ambos casos. Antes de sentirnos totalmente felices y antes de sentirnos totalmente desesperados.
L.
Contra los homenajes
Nada más opuesto a la cultura que los homenajes a la cultura. Ayer se cumplió un aniversario de la muerte de Julio Cortázar y hubo que soportar en todas partes evocaciones, frases importantes, fotos inéditas o éditas, notas periodísticas que son olvidadas antes de ser leídas. Es la eterna confusión creada entre cultura y erudición que ya fue observada lúcidamente por el peruano Julio Ramón Ribeyro en su compilación de reflexiones llamada Prosas apátridas. Los periodistas y los eruditos se enamoran de las fechas. Las conocen todas además. Jamás leen un libro hasta el final. Jamás se dejan tomar por la vida. Eso sí. Como premio se salvan de todas o casi todas las angustias. Se trata apenas de llenar páginas de diario o computadora o papel con sesudos estudios que el propio Cortázar denostó, siempre en broma, cuando vivía. El escritor decía que un crítico se parece a una fruta que perdió el sabor. Como el amor pasado un cierto tiempo. Como los alimentos vencidos en el chino de la vuelta. Todo lo que importa de un autor es su obra y no los cumpleaños de su nacimiento o muerte. Ni siquiera merece consideración la supuesta herencia que dejó a las generaciones venideras. En la biblioteca duermen los libros de Cortázar. Abro uno al azar, a ver, sí, Rayuela. Y ahí leo lo siguiente. Deja caer todo eso que nos separa del centro.
L.
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Abrir la puerta
Todo era natural entonces. Directo, nuevo, inmediato. Era cuestión de abrir la puerta al descampado y salir. Escuchar cómo late el corazón de la aventura. Entonces daba lo mismo un árbol que un libro, una idea, una mujer o un recuerdo. El cuerpo no era una teoría. Todo consistía en entrar al río, con ropa o sin ella, y dejarse llevar al mar por la corriente. O subir a las ramas más altas y reír por cualquier cosa. No había expertos entonces. No había jefes ni policías ni dueños de la moral. Estos últimos son los peores. Pero de ellos es el reino. Cada vez son menos los que van sin rumbo por el bosque. Y la opción no es gratuita. Y es entonces que uno se vuelve, como caballo salvaje, hacia lo de atrás, lo perdido, lo que no volverá. Y entonces uno dice, o miente, que todo era natural entonces. Directo, nuevo, inmediato. Ahora las cosas cambiaron un poco.
L.
L.
miércoles, 12 de febrero de 2014
La otra niebla
Vuelvo a la menuda figura de Lenna derivando por el bosque. La veo en un monte cubierto de plumas que al quebrarse exudan leche densa y pegajosa. Lenna soltándose el pelo para volver a sujetarlo. El aire inquieto acecha en la intemperie. Sus piernas blancas. La corteza llena de mensajes. Un alambre golpea el mástil. Troncos recién talados al pie del santuario y la callada amenaza del sol en el abismo. Los jinetes continúan en máxima tensión. Ella alcanza una rama larga, la libera de espinas y se dirige hacia un claro junto al río lento y turbulento. Un vendaval de flores la protege del mundo. La caminata se desvía en un soplo de niebla. Tal vez haya una cima, un sendero de tablas partidas por los carros, el inútil aullido de un perro. Bajar al pozo y jugar con nieve o ceniza. Descubrir panales antiguos en los huecos, una forma de oso agitada en la espesura, el beso negado. Toco la fruta con la lengua y se deshace lentamente. No voy a llorar por un amor acabado, dice Lenna en la partida.
Y yo la veo alejarse de todas las orillas.
Y yo la veo alejarse de todas las orillas.
L.
El otro cielo
Mi cuento preferido de Cortázar se llama El otro cielo y narra la historia de un hombre dividido entre dos mundos. Uno parece real y está situado en Buenos Aires. El hombre trabaja en la bolsa, alterna con una novia previsible (Irma), convive con gente con la que no puede hablarse de lo que importa. El otro es un mundo paralelo y acaso imaginario situado en el siglo pasado. El héroe está enamorado de una puta en peligro llamada Josiane. Ahí todo es emocionante. Al protagonista le basta entrar de noche por ciertas galerías del centro y mágicamente aparece en París. Transcurrido un tiempo la oscilación se vuelve insostenible. El protagonista se casa con Irma y mira sin ganas las plantas del patio. El relato me gusta porque plantea un problema. ¿Podemos escapar del mundo real? ¿Podemos trasladarnos a París y acostarnos realmente con la imposible Josiane? Ni una cosa ni la otra. Podemos quizás construir una escalera individual o colectiva donde al menos una vez por día o por semana bajemos a las galerías como forma secreta, casi prohibida, de subir al cielo.
L.
Buenos y malos
La idea de que en el mundo hay gente mala lleva automáticamente a la idea de que en el mundo hay gente buena. Reunidas ambas hipótesis podría concluirse que el planeta está poblado por gente mala de la que habría que alejarse y por gente buena a la que habría que acercarse. Desechar el esquema recién postulado podría inclinarnos a suponer con buenas razones que nadie es bueno o malo totalmente. Y que, en todo caso, si hay gente especialmente cruel eso se debe más a una cuestión de intereses que a otra cosa. También podría decirse que los malos pueden actuar porque los buenos, si es que existen, no sólo los toleran sino que en un punto los admiran y hasta quisieran ser como ellos. La situación así planteada empieza a complicarse. La idea de que el monstruo está adentro no es especialmente simpática para los bien pensantes. Quizás si cada uno de nosotros combatiera a lo que podríamos llamar fascismo interior, racismo interior, egoísmo y sadismo como sistemas de vida, en fin, la vida sería tal vez un poco mejor de lo que es.
L.
El viaje
Intentamos con Paula recordar nuestro viaje a Tierra del Fuego. Eso fue en octubre o diciembre de 2013. Salimos a la calle y nos preguntamos algunas cosas. Parecía un juego inventado a los fines de hacer más corto el camino. Vimos la cabeza de un lobo marino asomando en el amarradero cercano a la ciudad, empezó Paula. Quizás no era un lobo sino una foca, advertí. Paula hizo un gesto de fastidio. A mi vez recordé cuando cerca del cerro Guanaco nos topamos con un zorro anaranjado. Paula mencionó otro detalle. Nos habíamos perdido en el bosque y fuimos a parar al extremo de una roca muy alta. Propuse saltar pero ella se negó. Si querés matarte hacelo solo, disparó con firmeza. Hubo un silencio de pelea. Recordamos también a un hombre y una mujer que, en la cabaña pegada a la nuestra, gritaban demasiado cuando hacían el amor o como se llame eso que hacían. La mujer más que el hombre. Paula y yo somos silenciosos. Otro día el agua del canal se retiró y fuimos a sacar fotos de las piedras y de los los árboles bandera. Se los llama así porque el viento los inclina como si fueran viejos con problemas de columna y así quedan. Como flameando. Volví sobre mis pasos pensando que el viaje sería olvidado por completo alguna vez.
L.
L.
martes, 11 de febrero de 2014
Y sin esperar que baje la marea
Cuando la gente habla escribe mejor. No sé por qué pasa pero así es. En un taller literario alguien cuenta una historia que no se entiende. Y se lo digo. No se entiende. ¿Qué quisiste decir? La respuesta suele ser perfecta. Sin lugares comunes. Cuidando los detalles y hasta el ruido de la calle. Sin rodeos. ¿Qué le pasa a la gente cuando escribe? ¿Por qué usa palabras que jamás usaría en la vida cotidiana? ¿Por qué finge? ¿A quién pretende engañar? Imposible saberlo. Pero el pasaje de la oralidad a la pantalla o el papel suele ser conflictivo. Es como la diferencia entre el discurso amoroso y el acto. O como salir del trabajo y entrar al mar. Sin mediaciones. Sin tiempo para pensar o asustarse. Entrar al mar de una vez y sin esperar que baje la marea. Lo dicho está dicho. Cuando la gente habla escribe mejor.
L.
L.
Demasiado difícil
Como ese miedo de las manos al tocarse. Ese horror que da también placer. Si presiono demasiado la pierdo, dijo cruzando de una punta a otra de la mesa. Estaban en un bar. Ella se sentó y habló. No puedo más. Como ese miedo a que todo se acabe. Voy a sufrir, se oyó decir él. Como se pierde el sabor de las manzanas molidas y olvidadas en la boca. El ascensor, la calle, los cuerpos bien dispuestos. Ella pudo ser más alta o más robusta, pensó él. Pero eso no viene al caso aquí y ahora. Tal vez presioné más de lo debido. El bar en penumbras. El saco doblado apenas en el brazo. Así como viene el amor se va, dijo ella con voz apagada. Y él, tras dejar monedas muertas en la mesa, subió como siempre a la bicicleta muda y desnuda. Como ese miedo de las manos al tocarse. Y como si nada hubiera sucedido.
L.
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