Limpiar la casa es un gran entretenimiento. Sobre todo el domingo. No hay manera de barrer todo lo que hay en el suelo y las paredes. Uno termina de pasar el trapo y de inmediato aparecen más pelos y partículas de polvo, marcas de vino en la mesa, anomalías en el inodoro, ropa con olor, fideos de arroz invadiendo el suelo, un zapato atrapado en algún lugar. La tarea se vuelve interminable e intensa. Por momentos se parece a la vida. Cualquier cosa que se haga con ella es insuficiente. Imposible avanzar sin manchas tanto en el piso como en la ropa exterior e interior. O en el cuerpo. O en el alma. O en los recuerdos que nunca (nunca) se terminan de limpiar.
L.
No hay comentarios:
Publicar un comentario