Todos lo pensamos alguna vez. Una pareja funciona si a sus integrantes les gusta la misma música, los mismos libros, el mismo equipo de fútbol, las mismas flores y hasta las mismas comidas. La afinidad total y absoluta parece una especie de garantía de amor eterno. En las columnas de solos y solas que se ven por internet cada cual se presenta buscando la armonía física y espiritual. Extrañamente a todos les gusta más o menos lo mismo. Viajar, escuchar música, pasarla bien, compartir un mate bajo el sol, el sexo, la vida sana y el baile. Qué fácil sería todo si el enamoramiento se basara en coincidencias políticas y culturales. Cuántos problemas se evitarían de ser así las cosas. Pero el amor no sabe nada. Simplemente ocurre más allá de cualquier previsión. Y en la mayoría de los casos, para colmo, se nutre de las diferencias.
L.
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