Se me dice que nada es tan así, que debo ser cuidadoso, no generalizar todo el tiempo, atender a los matices, opinar de una manera equidistante y equilibrada. Los extremos no son buenos, me dicen. Mejor el agua tibia que el agua muy caliente o demasiado fría. Vengo escuchando estos consejos desde siempre. Los equilibrados advierten contra mi evidente desequilibrio. Los normales cuestionan mi anormalidad y en todos los casos lo hacen con inteligencia y argumentos imbatibles. Hay un punto, sin embargo, donde la moderación sistemática se parece demasiado a la cobardía y la mediocridad. La vida misma exagera. Ni siquiera el artista más creativo y loco del mundo podría alcanzarla en eso. Y yo, exagerado y extremista como siempre, no puedo ser menos que la vida.
L.
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