jueves, 17 de abril de 2014
Enamorarse
No creo decir nada nuevo si digo que uno se enamora no de alguien sino de la imagen de alguien que de pronto se cruza con nosotros. Esa imagen, recordarlo tampoco es novedad, algo tiene que ver con el objeto que el espejo refleja. Algo hay del cuerpo en el ensueño que un otro genera. Pero es tan poco que da gracia. Por eso el enamoramiento dura lo que dura y después viene la fase decisiva. La nube inicial, lluvia incluida, deja lugar a cierta realidad que tampoco es absoluta. Es, si se quiere, una nueva imagen un poco más pegada a lo cotidiano, a los actos que siempre son más elocuentes que el bello discurso, al conflicto inevitable que en todos nosotros genera el mundo de los hechos reales. Pero es tan hermoso el enamoramiento como sensación o utopía inalcanzable que uno trata luego de reproducir lo experimentado o inventado gracias a los sueños, las fantasías, el arte, la literatura. No hay otro modo. Se equivocan los que tratan de resolver el problema a través de una especie de enamoramiento eterno que cambia de objeto una y otra vez como el pájaro que salta de rama en rama hasta caer, agotado y solo, en el nido irremediablemente vacío, hueco, inexpresivo. Salvación por los sueños una vez más. Salvación por el arte y el encanto.
L.
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