La memoria selecciona, escribe, niega, borra, reescribe, es obscena e infiel. Yo también. Fui periodista en los principales diarios y semanarios argentinos. Hice notas y entrevistas en revistas coquetas, hablé por radio, por favor y por teléfono, escribí una obra de teatro y gané un premio. Fui finalista en un concurso de ensayos, recibí un diploma por mi trayectoria, publiqué cuatro o cinco libros que fueron leídos con desconcierto por amigos y enemigos. Creí en la revolución y trabajé por ella. Hoy mis pretensiones son modestas y tienen que ver con cambiar la vida así sea en parte y no el mundo. Conocí mujeres, me casé, me divorcié, tuve hijos. Conocí el amor mucho después. He visto el mar. Caminé de noche por la Plaza Roja de Moscú y subí al cerro Guanaco en Tierra del Fuego. Me senté a ver el río en la isla Martín García y en París contemplé Noche estrellada, un cuadro de Van Gogh. Me traslado en bicicleta. Me gustan la lluvia, el viento, los bosques, las olas, algunos relatos y ciertas canciones. Disfruto de los poemas de Jorge Teillier (¿Por qué me escribiste esa carta? Ya no podré ir solo al cine) o el cuento El otro cielo de Cortázar (Mi único reposo verdadero estaba en otra parte). Doy clases de escritura y periodismo narrativo. No sé de qué hablar en las reuniones. Una psicóloga me dijo que no puedo cambiar a nadie. Detesto el egoísmo, los celulares, los libros de autoayuda, el calor, las bromas en las fiestas, la tortura, la insensibilidad generalizada. Tomo distancia de quienes se sienten santos, profetas o poderosos. Pienso que el mundo está en manos de gente que debería ser combatida hasta el fin. Soy pesimista en la idea y optimista en la acción. No tengo esperanzas ni desesperación. Sólo un par de trabajos pendientes y un vaso lleno de sed.
L.
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