domingo, 20 de abril de 2014
Sin firma
Habría que dejar de firmar lo que se escribe o se hace. En ese acto de poner un nombre al pie, así sea la letra L o la bendita letra A, veo un gesto de arrogancia y una especie de mensaje larvado que significa miren qué bien escribo, soy un genio o más que eso. Un iluminado. Cuando me muera (¿mañana? ¿pasado mañana?) mi nombre recibirá los mismos homenajes oficiales que García Márquez, Mandela o Carlitos Gardel. Blogueros amigos tienen miedo de que alguien les robe las ideas volcadas. Otros se ocupan de incluir un copyright amenazante. No deberíamos sentirnos tan importantes. Conviene quizás pensar en el insondable olvido que seremos. O en los graves problemas sociales, políticos, espirituales y ambientales que el mundo enfrenta. Mejor sería hacer todo sin firma pero hacerlo bien. El nombre conspira contra la belleza. No soy creyente pero pensemos en un dios posible que creó los bosques, los mares, el sexo, la luz, el amor, Internet y otros milagros aún más asombrosos. Pensemos en ese dios posible. En apenas siete días apenas creó todo y no firmó ni se jactó de ello. Es más. El domingo, tal vez un día como hoy, se dio el lujo de descansar. No pensó en el nombre. Estaba muy ocupado. Voy a empezar por algo. No voy a firmar este posteo. Y como si fuera un pequeño dios, claro, voy a echarme a descansar.
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