Solemos pensar que en algún momento de la vida cometimos un error inicial. Nada importante, claro, pero de consecuencias definitivas. Acaso tomamos el tren equivocado, besamos la boca errada o cometimos un descuido imperdonable en la cocina o el baño. En esa línea de ideas suponemos que todo lo ocurrido después estuvo mal debido a esa serie de graves desvíos de origen. De no haberlos cometido, pensamos también, todo andaría bien ahora. No dimos con el camino correcto y todo se fue al diablo. Quizás el problema está en la teoría paranoica del error inicial. Uno hace lo que puede en el momento que puede. Vamos viviendo y a golpes o sin ellos aprendemos a vivir. No hay teoría. No hay error. Hay, apenas, vida.
L.
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