martes, 22 de abril de 2014

Redes II

Es hora de admitir que las mal llamadas redes sociales en todas sus formas y modalidades se han convertido en una trampa especialmente pensada para incautos. La invención es casi tan perfecta como el gigantesco espejismo en el que tanta gente cree como si se tratara de una nueva religión. Seres bien intencionados compraron esas redes en nombre de la comunicación, del intercambio horizontal (¿será en la cama?), de un supuesto mayor acceso a la información. Seamos honestos y pensemos un instante al menos. En el caso de que ese mayor acceso a las noticias sea real, ¿en qué nos ha cambiado o mejorado como seres humanos? La trampa incluye a todas las variantes de teléfonos celulares ante cuya invasión definitiva desaparece cualquier intento de contacto cierto entre las personas o entre las palabras y las cosas. Al contrario. La telefonía celular instaló para siempre la interrupción como forma de vida. Redes y celulares nos alejan de las personas, de los árboles, de los ríos, del silencio, del olor a lluvia y a sudor, del amor entendido como encuentro de las almas y los cuerpos, del mar, del viento, de las piedritas, de la simple observación del cielo estrellado. ¿Me quedé en el siglo XIX o XVIII? Perfecto. Me quedé ahí y seguiré viajando hacia atrás hasta llegar a la Grecia de los filósofos presocráticos, perdón Heráclito, y de la enormísima poeta Safo de Lesbos que un día se arrojó al mar desde un arrecife. Basta ya. Abandonar definitivamente la trampa y retomar el camino que por algo lleva ese nombre. Camino. Y recuperar el tiempo perdido. Y, por encima de todo, volver a sentir la vida que se escapa del mundo como un ciervo herido. Las manos, los puentes, el fuego, las piernas, los caballos. Todavía es tiempo de seguir el ejemplo de los peces que alcanzan a saltar de la red antes de ser subidos a cubierta y convertirse en tristes pescados. Y más atrás todavía. Libres o muertos. Jamás esclavos.
L.   

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