Algo no funciona bien entre hombres y mujeres. Mientras en su inicio el amor aspira a la absoluta fusión, la vida parece obstinarse en lo contrario. El máximo placer está ligado a su extinción. En el orgasmo, perfecta metáfora de lo efímero, la conquista del goce es simultánea a su pérdida. Todo sucede en el mismo instante. Almas y cuerpos se comunican sólo de manera intermitente y un mínimo roce puede arruinar la fiesta. Quizás pidamos demasiado. No hay amor sin conflicto. Más aún. Los amantes estarán de acuerdo mientras no estén por completo de acuerdo. La otra opción, la del amor total e idealizado, conduce al aburrimiento y la separación. ¿Cómo aliviar el evidente malestar? Quizás no apostando todas las fichas a lo amoroso visto como tabla de salvación. Y concentrándonos más en los proyectos de vida y creación de cada miembro de la pareja. En el amor, como en todo, hace falta siempre una tercera cosa.
L.
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