sábado, 2 de agosto de 2014

Una tarea sencilla

Miraba anoche, por televisión, escenas del incalificable genocidio israelí contra Palestina cometido en directo ante los ojos de todo el mundo y sin la menor señal de pudor. Traté de hacer memoria y llegué a la conclusión de que nunca en mi vida había sido testigo de algo semejante. Sé que hubo matanzas en la historia. Sé lo que hicieron los nazis con los judíos, los negros, los comunistas y los gitanos en los campos de extermino durante la segunda guerra. Me informé de las masacres masivas cometidas en Ruanda o de lo ocurrido con los armenios. Miraba anoche, decía, escenas de la masacre cometida contra los palestinos en la Franja de Gaza, también en Cisjordania, y quedé mudo. Sin nada que decir. Pensé apenas. Qué fácil es matar. Qué cosa tan frágil es un cuerpo humano. Un israelí armado de la cabeza a los pies apunta sin error contra un caserío de Gaza. Mata a trece niños al hilo. Se jacta de ello y por celular le cuenta a su novia, que lo espera en Tel Aviv, que ha matado a trece niños él solo. Manda la foto para que sea publicada en Facebook y la foto es publicada. Qué fácil es instalar un ejército considerado uno de los mejor equipados del mundo y acabar con escuelas, hospitales, refugios, mezquitas, casas, barrios enteros y todo sin resistencia alguna. En Palestina no hay ejército. Los palestinos no tienen armas. Hay un millón y medio de personas encerradas en un ghetto por los propios israelíes que están siendo eliminadas como si fueran moscas o menos que eso. La tarea es tan sencilla que asombra. Se arrojan bombas y misiles desde un avión no tripulado y listo. Si hace falta completar el operativo se envían tanques que disparan y disparan hasta no dejar ni un niño vivo, ni a sus padres, ni a un abuelo, ni a un burro. Nada. Las escenas resultan tan intolerables que obligan a dejar de verlas pasados unos minutos. Pensé. Qué fácil es matar. No importan las razones que se esgriman. Y qué difícil, en cambio, es hacer vida, cuidar la vida, amar la vida.
L.

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