El dolor baja como aceite desde un punto ciego de la espalda. El dolor es sabio. No quiere estancarse en un sitio y sale de paseo primero hacia el cuello y la cabeza, después rumbo a los hombros y finalmente hacia el pecho en forma de ágiles puntadas. Vuelve después a bajar por la columna para distribuirse lento y circular por las nalgas y seguir, río abajo, como atraído por alguien o algo, hasta estancarse en los dedos más ligeros e inocentes de los pies. No descansa el viajero. No deja espacio muscular y espiritual libre de espanto. Sube, baja, circula, muerde, no se va. El dolor es como el amor. O peor.
L.
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