Los poetas se ponen poéticos cuando llueve. También los enamorados, los sensibles y los melancólicos. Algo desata de pronto una lluvia de lugares comunes. Detrás de los cristales, jamás del vidrio, llueve y llueve. Se oye el sonido de las gotas repicando en el techo de chapa y eso, dicen los expertos, produce efectos notables. Los rebeldes se jactan de salir a la calle sin piloto ni paraguas. A la joven protagonista de Farenheit 451 le gustaba andar bajo la lluvia de cara al cielo. Bebía las gotas con deleite y eso la convertía en subversiva para los enemigos del deseo. La lluvia es interrupción. La lluvia no tiene objetivo. La lluvia es una desgracia con suerte.
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