martes, 15 de abril de 2014

Adolescencia

Yo era menos que un imberbe en la playa cuando Leonor surgió de pronto por atrás, tapó mis ojos con las manos y preguntó quién era. Sorpresivamente se había pegado a mi cuerpo adolescente en una especie de caricia plena, tibia y raramente abarcativa. La respuesta era fácil. Ella vivía en el pueblito costero. Ella fumaba. Ella usaba un dos piezas demasiado audaz para la época. La descubrí un verano especialmente ventoso y agitado de la costa. Por si no se entendió. Leonor apretó sus pechos aún escasos contra mi espalda recta y sin pelos. Fue una mañana en la que yo estaba mirando barcos o algo más lejano en el horizonte inalcanzable. Para esa época sin forma ni planes yo no me había mirado al espejo siquiera una sola vez. No había viajado a ningún lado. No sabía quién era ni por aproximación. Admito que esa ignorancia de fondo se mantiene aún hoy en lo esencial. Quién soy volvió a preguntar ella desde atrás y convertida ahora en una especie de cálida toalla que me cubría desde la cabeza a los pies. Quedé paralizado. Casi mudo. Cuando por fin asomó la palabra Leonor en mis labios ya era demasiado tarde para todo. 
L.

No hay comentarios:

Publicar un comentario