lunes, 7 de abril de 2014

Animarse a nombrar


Algunos alumnos de mis talleres literarios no se animan a nombrar. Llenan los papeles o pantallas de palabras y abstracciones, bellas palabras, bellas abstracciones, pero se quedan flotando en altísimas alturas. Es como si temieran llamar a las cosas por su nombre. O como si pensaran que hacerlo sería equivalente a rebajar el nivel poético del discurso. No sé cómo decirles que hasta para volar alto, muy alto, hacen falta por lo menos aviones, globos aerostáticos, parapentes, naves espaciales, helicópteros, bandadas de pájaros, ese tipo de cosas. Quisiera convencerlos de que si se animaran a nombrar se aliviarían de tanta mismidad, de pensamientos densos e interminables, de agujeros tan hondos que al final no se ve nada. ¿Y qué hay de malo en decir casa, bruma, pez, luna, perro, nalga, teja o pantano? El texto así concebido ganaría en sustancia y se aproximaría, lento pero seguro, a un puerto quizás no tan bello y abstracto pero puerto al fin. Hasta los grandes navegantes del pasado necesitaban gritar tierra alguna vez. Y la tripulación saltaba de alegría por los aires. ¿Está mal? ¿No habría que decir nada real y concreto? ¿Acaso no es hermoso nombrar, por fin, la tierra?
L.

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