El viento agita las ramas en un lugar del bosque donde se oye un galope seco y polvoriento. Casi no puede hablarse de ruidos en la oscuridad. Sí de gritos de pájaros agónicos. Sí de hojas y derrames. En la costa se acuesta la bruma y se adivinan las luces de los barcos soñados. Alguien pide volver al silencio de las noches. Y se le concede un tiempo vasto, serenísimo, sin bordes. Pero lo que importa no es la luz que se enciende en todas partes. Lo que importa es esa lámpara que alguna vez apagamos para guardar la memoria de la luz.
L.
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