El miedo a vivir nace del miedo a morir. De igual modo el miedo a ser feliz nace del miedo a sufrir. Pero no hay vida sin una dosis de dolor. Y no hay existencia que no desemboque en una interrupción a la cual, aunque suene antipático en un blog escrito para colmo un domingo, llamaremos muerte. Por miedo a sufrir no nos arriesgamos a casi nada. En ese afán excluimos de la vida una larga serie de empresas peligrosas pero inevitables y aún fascinantes como los viajes en barco o avión, las expediciones a tierras lejanas, los grandes amores que nada garantizan. Recordemos de todos modos el famoso lema de los antiguos navegantes. Navegar es necesario/Vivir no es necesario. Quedaría la opción de multiplicar nuestra vida limitada en otras casi infinitas mediante la literatura, el cine, la ficción en general. Moriremos una y otra vez junto al héroe o la heroína de la historia para recuperarnos enseguida y estar listos para nuevas aventuras. Primera conclusión. El miedo a vivir empobrece la vida. Segunda conclusión. Salvarse por el riesgo y, por qué no, salvarse por el arte.
L.
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