jueves, 23 de octubre de 2014

Baldosas


Están muy viejos mis compañeros del Nacional Vicente López. No sé qué les pasó. Las hermosas jóvenes de ayer, esas que yo miraba con precisión de anatomista, son hoy señoras honorables pero cansadas. Los chicos potentes y alegres que jugaban en los recreos andan ahora con bastón o se sientan porque no pueden más. De todo eso me di cuenta en un acto reciente que tuvo lugar en la puerta de la escuela para recordar a quince desaparecidos en tiempos de la última dictadura militar. Los quince no están viejos. Son y serán jóvenes por siempre. Como parte del acto se inauguraron baldosas que recuerdan los nombres de los chicos y chicas asesinados. Observé que en la lista falta al menos un nombre que debió haber estado. Es el de Valeria Beláustegui, con la cual tuve en su momento fuertes discusiones políticas sin dejar por ello de admirarla en silencio. Valeria tenía una mirada equivalente a diez mil soles y una convicción que rajaba el aire. Otro de los secuestrados por el delito de sentir la vida fue José Flores. En algún sentido soy culpable de su muerte dado que yo lo entusiasmé para que se sumara a las filas de la revolución finalmente frustrada. Hablé con René, su hermano, y recordamos juntos el sombrío episodio. El caso que más me duele es el de Leonora Zimermann y no sabría decir por qué. Mi amigo Román se había enamorado de ella peligrosamente. Leonora era un hada o algo demasiado parecido a un hada. Fina como un junco dibujaba hermosamente. Era delicada y tenía un peinado afro de esos que enloquecen a cualquiera. También a mí. Pero no era solo el peinado. Ella era poeta sin saberlo. Y soñaba como tantos con un mundo donde no se escriban posteos como éste. Leonora. Dieciseis años. Dibujaba manos. Escribía cosas en papeles o en hojas de tréboles. La noche de la desgracia fue a su casa para no preocupar a los padres. Se la llevaron a ella y también a su hermana María el 23 de octubre de 1976. Los militares dijeron que apenas las retendrían unas pocas horas en una comisaría cercana. No fue así. Están muy viejos mis compañeros del Nacional Vicente López. Algunos usan bastón. Otros se sientan porque no dan más. Solamente Leonora y los quince o dieciseis o veinte desaparecidos de mi colegio siguen tan jóvenes como siempre. Y con ellos hablé esta tarde. Y con ellos seguiré hablando en todas las tardes y días y noches que me quedan de vida.
L. 

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