martes, 28 de octubre de 2014

Mosquitos

Hasta en el paraíso hay mosquitos. Lo supieron Adán y Eva pero también todos los que estuvieron en hermosas playas, lindísimos hoteles de cinco o seis estrellas, selvas lujuriosas, lunas de miel dorada y montañas de suaves pendientes. Enfrentados al insecto que pica y zumba algunos individuos se proponen acabar con él de una vez y para siempre. Aunque parezca increíble ponen en la tarea una energía digna de mejor causa, o sea, mucha más de la necesaria. Es tanta la fuerza malgastada, o mal administrada, que hasta se diría que los matadores de mosquitos se consagran al objetivo como si no hubiera nada más importante que hacer. Levantan altares. Casi convierten al insecto en un dios todopoderoso. En el camino pierden de vista las metas que realmente importan, las bellas sirenas que aguardan en la arena tibia, el espacio que conviene cuidar como lo más sagrado. En conclusión. Un mosquito es sólo un mosquito. ¿Para qué perder tiempo con él? ¿Por qué erotizarlo tanto? ¿Acaso no convendría colocar la fuerza vital y creadora en otra parte?
L. 

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