Hay en el cuerpo y el alma zonas remotas no muy fáciles de ver o sentir. Es inútil darse vuelta, sacarse fotos a uno mismo, primeros planos, colocar espejos de mano en sitios escondidos y secretos. Pasa también al escribir, por ejemplo, una autobiografía, apuntes personales o incluso diarios íntimos. Hay zonas oscuras y remotas que por alguna razón mencionamos apenas o directamente silenciamos. Tratamos entonces de redondear las cosas y escribimos para encubrir o embellecer lo roto. Los adultos son muy dados a resumir sus primeros años con la expresión infancia feliz. Se trata claro de una construcción posterior, consciente o inconsciente. Mejor no entrar en detalles. Juventud aventurera. El primer beso. Todo bien ordenado y clasificado por etapas. El primer hijo, el amor de la vida, la familia soñada y un presente lleno de encanto y de promesas. Cae sin embargo la lluvia detrás de la ventana. Y con ella también caen las máscaras, las evocaciones retocadas y los vestidos. Nos vemos de pronto solos y desnudos. Hay silencio en la escena. Buscamos entonces las zonas remotas del cuerpo y el alma. Y claro. Las encontramos.
L.
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