Cenicienta de los géneros literarios, rara sobreviviente de una antigua edad, la poesía es una enferma grave a la cual se le toleran algunos caprichos a la espera de su virtual desaparición. La situación no es novedosa. Ya Platón aconsejaba a los griegos expulsar a los poetas de su República ideal. Un mundo perfecto no puede convivir con un género cuya esencia es la transgresión radical de los sentidos consagrados. Pero la poesía es más que eso. Porque además de llegar adonde los demás no llegan es por sobre todo una manera de ser y actuar. Así la vieron los surrealistas franceses en sus manifiestos iniciales. Nosotros no tenemos nada que ver con la literatura –decían-. El surrealismo no es una forma poética. Es un grito del espíritu que se vuelve hacia sí mismo decidido a pulverizar desesperadamente sus trabas. Desde esa visión el canto por el canto mismo desaparece y el poema se confunde con los actos. Custodios del mito y la memoria los poetas buscan la palabra perdida en el naufragio. Suponer que la poesía ha muerto sería como pensar que se acabó en nosotros toda posibilidad de convertirnos en lo que somos. ¿Será así? La cenicienta de los géneros ya ha fregado la vajilla y los pisos en su viaje de un largo día hacia la noche. Pero eso sí. Mientras espera que se anuncie la fiesta de su vida, no se resigna a dormir.
L.
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