miércoles, 22 de octubre de 2014

Matamos lo que amamos

Clarisa, alumna de un taller literario, dice que odia la escritura. Dice que si se trata de decir algo lo ideal para ella sería hacerlo en voz alta. Quizás se refería a un programa radial, dado que estudia periodismo, o no sé, hablar con amigos, cerveza por medio, o conversar por celular. Dice que cuando era chica las maestras la felicitaban por lo bien que escribía cuentos, composiciones, informes, poemas, lo que fuera. Pero lo que pasó, pasó. Lo curioso es que Clarisa dice que odia la escritura por medio de palabras escritas en una pantalla y luego impresas en papel. Es cierto que ella podría alegar que lo mismo pudo haber sido dicho, cerveza por medio, en un bar, en una playa o hablando por un teléfono móvil en una calle de la ciudad. Un vez más viene Kafka en mi ayuda y me dice al oído que la escritura es más pobre pero más clara que la vida. Y a la reunión se suma Oscar Wilde, sin que nadie lo llame, y completa una idea escrita o hablada según la cual matamos a veces lo que amamos.
L.

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