viernes, 24 de octubre de 2014

Cocodrilos

Veo televisión en la cama del cuarto. Ella quiere molestar y se arroja en posición fetal, pegada a mi cuerpo, fundida casi. De algún modo me obliga a seguir la marcada ondulación de su figura. Las nalgas se apoyan con firmeza en el hueco situado entre el torso y mi entrepierna. El pecho firme contra la espalda, las piernas igualmente unidas y todo así hasta conformar entre los dos un único animal que de pronto expande miembros y lenguas en un colchón ahora convertido en ola de azufre. En la pantalla están pasando El cazador de cocodrilos, un ciclo ya viejo conducido por un aventurero que de tanto provocar a los animales salvajes terminó electrocutado por la cola de una mantarraya. Hasta el momento en que se produjo la escena recién contada habíamos visto al hombre jugando con serpientes fatales, metiendo la mano muy adentro de la boca filosa de reptiles temibles, fatigando selvas pobladas de alimañas y montado en una tabla para jugar en el mundo más allá de tiburones y otras amenazas. Así se dieron las cosas y no hubo tiempo de apagar el televisor. Terminamos los dos convertidos en singulares especímenes de esos que raramente confunden veneno con aroma de flores.

No hay comentarios:

Publicar un comentario