El verdadero asombro nace de memorias y no de novedad. Todo consiste en rascar en la olla de uno mismo y su pasado, en el carozo nunca del todo encerrado en la aceituna, hasta dar con algo inesperado. El verdadero asombro es la contracara exacta del turismo que siempre está a la espera de lugares nuevos que sorprendan. Comidas nuevas. Caras nuevas. Cuerpos nuevos. Ropas nunca vistas. Por eso con frecuencia resultan tediosas las crónicas de viaje donde se enumeran de manera sumaria los distintos sabores y escenarios que han sorprendido al autor. ¿El problema estará en la falta de raíces? Puede ser. Pero el verdadero asombro nace desde lo más profundo de nosotros mismos. Es casi una confirmación. Un reconocimiento. Nos conmovemos porque ya nos habíamos conmovido. Incluso cuando leemos no buscamos ideas o palabras nuevas sino confirmaciones, eso sí, con voz propia y calidad, de lo que sabíamos y supimos siempre.
L.
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