La primera vez que recuerdo haber visto a mamá desnuda fue cuando ella estaba embarazada de mi hermana menor. Entonces yo tenía tres años apenas. Recuerdo su enorme panza y la piel templada con una línea que se dibujaba horizontalmente y que pasaba por su ombligo. Parecía el ecuador en el globo terráqueo. No sé por qué me acordé de eso. Seguramente fue porque hoy me quedé varios minutos observándome desnuda en el espejo. Desnuda y observando parte por parte, curva por curva. Mi cuerpo aún es joven. Pero pronto, mucho más de lo imaginable, irá envejeciendo. Debería ser amado y contemplado como está ahora, es decir, con la piel suave y el culo firme a pesar de todo. Miro mi vientre y es como el de mi madre. Blanco y gentil, afortunado para cuando llegue la hora de parir un hijo, quien, tres años después, lo contemplará y tratará de entender que ahí está su hermano, protegido por el agua, origen de la vida, como lo estuvo él alguna vez. Y ahora no sé por qué escribo ésto. Y ahora no sé por qué escribo. Y ahora no sé por qué.
A.
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