domingo, 19 de octubre de 2014

Madre II

Mi madre murió en noviembre de 2011, a la madrugada, en un geriático modesto del barrio porteño de Chacarita. Mi madre fue comunista desde chica. Caminaba rapidito y su especialidad era la torta de nuez. Mi madre creía que el mundo era una película con final feliz. Pensaba que si bien ella no podría verlo sus hijos y sus nietos sí. Por ahora la profecía no se cumplió. El mundo sigue siendo tan o más inmundo que antes. Mi madre se creía dueña de la verdad. También yo y por algo será. Mi madre viajó a La Habana, a Moscú, a Berlín, a la fría ciudad de Estcolmo. Mi madre luchó para salvar a mujeres que estaban a punto de ser fusiladas en lugares lejanos. En nombre de la revolución mi madre dejó otras cosas de lado. Su vida por ejemplo. La mía en parte. No la culpo. Hizo lo que debía en una época donde el compromiso con la historia abarcaba todos los aspectos. No tengo recuerdos certeros de ella. No sé si me alimentó de sus pechos, no sé si me pegó, no sé nada en realidad. Iba a todas las marchas. Un día se reunió en La Habana con el Che. Caminaba rapidito. Creyó en el socialismo como un destino irrevocable escrito en las estrellas. Socialismo o barbarie, decía con razón. Ganó la barbarie. Heredé lo peor de ella. También lo mejor. Esto no es un homenaje. Esto no tiene relación con el día de la madre. Horas después de su muerte pude ver su cuerpo menudo antes de que lo llevaran. En la pared del geriátrico había una foto del guerrillero heroico y otra de ella y mi padre abrazados en una playa ventosa del sur de Buenos Aires.
L.

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