La mayoría de la gente se considera buena gente. En la bonita y mayoritaria categoría incluyo a torturadores, violadores, abusadores de sus hijos y nietos, egoístas y seres peligrosos de alta gama. Pero basta hablar con ellos o leer lo que escriben en las redes sociales (pienso por ejemplo en los autodenominados poetas) para que la idea quede clara. Los malos son los otros. Los tóxicos son los otros. La amenaza está afuera. Los sanos y limpios no tienen olor, jamás pensaron en algo sucio, son leales, finos, progresistas en política, rigurosos en educación. Los sindicatos docentes están hartos ya de recibir a maestros y profesores que han sido víctimas de acusaciones sobre abuso de alumnos y alumnas, dictado de contenidos ofensivos, exhibicionismo y todo tipo de perversiones. La mayoría de las denuncias suelen ser falsas pero aún así muchos maestros son despedidos de sus trabajos y estigmatizados por la sociedad como se ve, por ejemplo, en una extraordinaria película no por azar titulada La cacería. De nada sirven los argumentos en contrario. Las buenas almas son siempre buenas y puras. Hay incluso una mojigatería de izquierda que no tiene nada que envidiarle a la de derecha. Son iguales. Acusan sin fundamento o con fundamentos espurios. Señalan a los malos con el dedo untado en mierda. Destruyen vidas y trayectorias brillantes sin siquiera preguntarse nada. Mojigatería progre. Moralismo de entrecasa. Falsedad. Acabo de enterarme que la mayor parte de asesinatos, abusos y demás violencias se producen puertas adentro de las casas felizmente constituidas. Duermen todos con el enemigo. Son los enemigos. Pero se consideran, todos ellos, en público y en privado, los únicos seres puros y limpitos de la Tierra. Habrá que estar atentos y cuidarse, por caso, del hombrecito gris, blanco e inmaculado que denunció a este blog como portador supuesto de contenidos ofensivos.
L.
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