Contra la interpretación. Así se titula un conocido ensayo de Susan Sontag (1933-2004) cuyos planteos no caen del todo bien en el mundo intelectual muy dado a interpretar todas las cosas hasta destruirlas por completo. La intensa escritora y ensayista estadounidense defiende ahí la inocencia de la mirada, la percepción directa de las obras de arte y de la vida sin que medien los sesudos análisis de los críticos, los expertos en estética, los periodistas brillantes y demás intermediarios. ¿Por qué no pensar mejor en una erótica del arte? La pregunta es deslizada por Sontag al finalizar su artículo. Antes admite que ninguno de nosotros podrá recuperar jamás el asombro anterior a toda teoría cuando el arte no se veía obligado a justificarse. Cuando no se le preguntaba a un cuadro, a una novela, a una canción o a un cuerpo que baila qué querían decir o cuál era "el mensaje". Veo a veces a las simpáticas guías del museo de Bellas Artes de Buenos Aires "explicar" lo que supuestamente quiso decir Van Gogh sobre, no sé, un molino de viento o un par de zapatos que pintó alguna vez. Nietzsche parecería tener razón. Ya no hay hechos sino apenas interpretaciones. Pero interpretar todo el tiempo, dice Sontag, es empobrecer. Es reducir el mundo para instaurar la sombría ley de los eternos y solemnes contenidos. Todo significa. Todo debe ser explicado por los que saben, quizás, demasiado. Nada existe por sí mismo. ¿No sería mejor volver a la inmediatez de la pasión por algo o por alguien sin interpretaciones de ningún tipo o especie?
L.
No hay comentarios:
Publicar un comentario