Media Argentina ignora qué pasó el 24 de marzo de 1976. O lo sabe y se hace la boluda que también es posible. O piensa que los militares fueron necesarios, hace 35 años, para limpiar el país de subversivos así como ahora once países de la Otán limpian a Libia de libios. O como Colombia (y pido perdón por la asociación libre y disparatada) elimina a decenas de miles de colombianos, también en nombre de la higiene, para forjar una nación apenas poblada por buenos católicos, micos, arepas y asesinos impunes. No es mi intención quejarme de que así sean las cosas. Los podridos poderes gobiernan el mundo y la gente ayuda con bailantas y olvidos a que la fiesta sea de veras inolvidable. Ni siquiera pienso que recordando lo ocurrido el 24 de marzo de 1976 nos pondríamos a salvo de que algo así vuelva a ocurrir en el futuro. Nadie está a salvo de nada en ninguna parte. Muchos argentinos se fueron a la costa. Otros disfrutarán del recital de Plácido Domingo en el Obelisco. Unos pocos iremos a la marcha de todos los años como un ritual absurdo pero casi religioso. Iremos arrastrando una red llena de silencios y esperanzas. Y cargados, también, con ese pesimismo alegre que de alguna manera le da sentido a esa cosa que, acaso por costumbre, llamamos vida.
L.
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