martes, 15 de marzo de 2011

Rayuela tiene algo


Entrevistando alumnos, anoche, como parte de un juego, volví a asombrarme con la pasión que sigue despertando ese canto a la vida ilimitada que es Rayuela. Algo debe haber en ese libro para desatar el milagro. Cuando todavía estaba entre nosotros Cortázar se asombraba de los renovados ejércitos de lectores y lectoras adictos a La Maga y sus desmanes. Rayuela convoca hoy a nuevas y entusiastas oleadas de jóvenes mientras tanta gente baila tristemente por un sueño o se encierra en el baño de gran hermano. Lo más notable es que la novela no cuenta prácticamente nada. Apenas instaura no una historia sino una promesa. ¿Promesa de qué? Quizás de otra vida posible, de un cielo que está lejos pero en el mismo plano, de un erotismo franco y por eso verdadero, o, también, de un retorno a la pureza de intenciones. No se trata de una pureza de monaguillos envueltos en incienso, tampoco de la pureza de oh maría madre mía con pies limpitos. Pureza en cambio como la del coito entre caimanes, como de techo de pizarra con palomas que naturalmente cagan en la cabeza de las señoras frenéticas de cólera y de manojos de rabanitos, pureza de por favor y no me acuerdo y hasta cuándo y, sobre todo, por qué no.
L.

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