Con el diario del lunes bajo el brazo y desde una mirada distante la historia pasada entra en la categoría (simple) de locura. Historiadores ingeniosos y periodistas improvisados califican lo ocurrido en la Argentina de los setenta, por ejemplo, como "una locura". Una generación entera dispuesta a cambiar el mundo es calificada ahora de bipolar. Dicen también que Robespierre era un asesino, que Lenin fue un golpista, que Mariano Moreno fue un romántico enfermizo (debe ser por eso que lo envenenaron), que Ernesto Guevara fue un violento y un suicida. Los nuevos historiadores resuelven el caso Chavez con el adjetivo "payaso" mientras que Bush, en cambio, fue un buen presidente (usaba traje y sonreía siempre) que luchó contra el terrorismo (lástima que mató a casi un millón de iraquíes y afganos antes de dejar la presidencia). Cristina Kirchner también está loca (no lo estaba Videla) y así con casi todo lo demás. Se supone que la normalidad impera solamente en la Italia del pornógrafo Berlusconi o en la Francia del racista Sarkozy. Pero no. La historia semeja un espejo que tiembla. Es agua que corre. Y siempre es temprano, o demasiado tarde, para juzgar.
L.
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