Dice Octavio Paz que en nuestro mundo todo se opone al nacimiento y desarrollo del amor. Clases, moral, leyes, razas y, a veces, hasta los enamorados conspiran contra sí mismos. La mujer ha sido siempre para el hombre "lo otro", su contrario y complemento. Si una parte del ser varonil anhela fundirse a ella, otra, no menos imperiosamente, la aparta y excluye. Varias religiones y culturas imaginaron a la mujer como ídola, diosa, madre, hechicera o musa. En casi todos los aspectos la mujer es hacia adentro mientras el hombre es, al menos entre sus piernas, hacia afuera. El amor no es un acto natural. Es una creación. Algo que hacemos todos los días y que todos los días deshacemos. Para realizarse a pleno el amor necesita quebrantar la ley del mundo. Por eso para muchos el amor es escándalo y desorden. Es, de algún modo, la transgresión de los astros que rompen la fatalidad de sus órbitas y se encuentran de pronto en la mitad del espacio. Ruptura o catástrofe el amor se nutre de la libre elección entre quienes integran la pareja. Y esto último, claro, molesta a los eternos centinelas de la moral.
L.
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