jueves, 7 de marzo de 2013

La parcela

No podemos ocuparnos de todo. ¿Para qué desesperar y angustiarse por la suerte del Congo, por la progresiva desaparición de los atunes o por las fallas evidentes del sistema educativo? Para qué, pregunto, si nada o casi nada podemos hacer para modificar situaciones tan lejanas y ajenas a nuestras posibilidades actuales. No es una cuestión de individualismo. No es indiferencia o irresponsabilidad. Es, por decirlo de algún modo, sentido práctico. Admitamos que sin abandonar la utopía inalcanzable sólo podemos trabajar en firme con el universo breve y alcanzable. Podemos apenas ocuparnos de una parcela. La parcela personal y colectiva dentro de la cual podemos intervenir y sólo en una zona limitada. ¿Significa eso que el futuro del mundo no debería preocuparnos? Podríamos pensar en eso, por qué no, pero, seamos honestos, poco y nada podemos hacer para revertir el destino universal. Nos queda la parcela. Ese lugar donde es posible besar a alguien, regar algunas plantas, cambiar muebles de lugar, decir tal o cual palabra capaz de iluminar al menos un instante, recordar a alguien que perdimos para siempre. La parcela. Poner el foco ahí.
L.

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