lunes, 25 de marzo de 2013
Del otro lado de la vida
Dos, tres, cuatro y hasta cinco horas de viaje en bus entre el aeropuerto de Ezeiza y la casa donde vivo aún, porque una cosa es hacer pie o pis en alguna casa y muy otra es estar de paso, o al paso, como quien se va yéndose o desembarca al fin. Dos, tres, cuatro, cinco largas horas de avenidas intoxicadas, fría madrugada bajo la primera lluvia de otoño e invierno, largas colas de caballo en las paradas, gente que ha descubierto de pronto que está viva, o casi, y necesita moverse, como yo claro, desplazarse bajo la lluvia y en horribles transportes para llegar a algún lado donde no habrá, tampoco, alivio. Todos moriremos. Mujeres de formas amables, mujeres de formas torpes, mujeres calladas con auriculares en las arejas y quizás en otros tantos agujeros del cuerpo como en los días de Fahrenheit 451. Somos miles de millones y nadie ha besado a nadie aún. Y yo no pude volar esta vez a Puerto Rico. Ya no está el pequeño ser para esperarme del otro lado de la puerta, lo que ya es decir o llorar, oh pequeño ser, del otro lado de la vida.
L.
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