jueves, 28 de marzo de 2013

Un salto vital

A veces conviene animarse y dar el salto. No digo arrojarse desde un noveno piso porque entonces pensaríamos tal vez en un suicidio o en un acto irresponsable. Además el suicidio no ayuda a saltar o llegar alto. Para subir algo hay que animarse y saltar con las piernas largas sobre el río turbulento, caer del puente si hace falta, perder el miedo que hasta ahora nos mantuvo atenazados como estacas a una única manera de ver y sentir las cosas, a una especie de renuncia eterna. Es esa terrible suposición según la cual más vale esconderse que salir y ser descubiertos. Me preguntan si hay riesgos. Claro que los hay. Pero fundamentalmente hay vida. A veces conviene animarse y meterse de cabeza o de culo en el mar, bien adentro del agua fría, bien abajo del cielo ardiente, con el cuerpo erguido y dispuestos a dejarlo todo en el intento. Y todo quiere decir todo.
L.

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