domingo, 31 de marzo de 2013

Erotismo y pornografía


El erotismo literario y artístico suele caer en cierta horizontalidad y vuelo bajo. Lo dicho no es novedad. Las editoriales necesitan vender y los autores necesitan comer. Esto se entiende. Es conocido el caso de la escritora Anaïs Nin que sin querer ganó fama como autora de relatos eróticos. Un enmascarado le pagaba para que escribiera cosas que lo calentaran. Ella tenía hambre y aceptó el trato. El hombre se mostraba conforme con los resultados pero no tanto. Menos poesía, le exigía. Menos poesía. El enmascarado quería hechos, genitales, humedad total y completa. La conclusión que algunos sacaron del episodio es la clásica confrontación entre pornografía y erotismo. Pornografía sería lo sucio y brutal. Erotismo sería algo limpito, poético, donde las cosas son dichas con rodeos y florcitas. Obras donde jamás leeremos, por ejemplo, la palabra culo. El sexo está en todas partes. También en la escritura, en el cine, en el teatro. En estos casos conviene, creo yo, jerarquizar ante todo la calidad. Nadie se atrevería a cuestionar lo explícito en el marqués de Sade. Nadie, con un mínimo de buen gusto, se animaría a cuestionar lo implícito o no dicho en Borges, en Cortázar, en Onetti y en tantos otros autores que se colocaron al margen de la eterna y poco pensada dicotomía entre pornografía y erotismo. Calidad, insisto, es lo único que importa. A un libro bien hecho todo le está permitido.
L.

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