sábado, 30 de marzo de 2013

En un cuarto de hotel

Me hubiera gustado clavar la noche de ayer en el cielo como si se tratara de un pez, un sol, una mariposa nocturna. La noche con Paula en un cuarto de hotel de Palmira, sí, en el Uruguay secreto. Habíamos viajado en una lancha de las de antes y muy pronto quedamos abrazados en el combado asiento de madera, observando entre besos y caricias el paisaje melancólico de las islas que lloran como sauces o gatos. Todo ese mundo de pescadores furtivos, la marea que asusta cuando el río sube y la barca se agita. Esa piel erizada como la de Paula cuando mi mano resbalaba en su pelo frío y desde ahí bajaba hasta la nuca infantil, ese vello tan difícil de peinar, y más abajo aún por la espalda tensa que al final se entibiaba. Paula siempre nueva, Paula adolescente, Paula más leve que un sueño olvidado justo antes del final. No quise esta vez fotografiarla. Ni en el barco ni en la cama de ese cuarto vetusto con las paredes llenas de hongos. Desnudos los dos boca arriba mirábamos el techo y jugamos a imaginar formas en las manchas de humedad. Palmira nos dejaba hacer entre las sombras quietas del pueblo apagado. Y de pronto vimos a Eros, pero también a una iguana gigante y hasta la corona de una reina en desgracia. Antes de enredar nuestros cuerpos adivinamos una carta de tarot con la temible imagen de la muerte. Cuánto hubiese deseado que el tiempo no pasara mientras entre risas y olvidos Paula y yo nos burlábamos del mundo aún sabiendo quién gana finalmente esa batalla. Ninguno quiso dormir primero después de la ducha y así nos quedamos encerrados y liberados hasta el día siguiente. Un pez, una estrella, una mariposa nocturna y Paula conmigo muriendo y naciendo en un cuarto de hotel de Palmira, sí, en la calle más oscura de Uruguay.
L.

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