Hay humo en la cocina. Humo de bife o incendios o desesperación. Mi mujer, es así como la llamo, ha prendido la radio. Se oye la voz de un hombre que critica fuertemente a un gobierno. No importa cuál. Los hijos juegan ajedrez en el otro cuarto. La casa entera se llena de niebla. Niebla de bife o fingido erotismo. Mi mujer lleva la blusa entreabierta y yo pienso que en otros tiempos eso me hubiera excitado mucho. Pero no ahora. Ahora no. Pienso en otras mujeres que no cocinen llenando la cocina de humo, angustia o desesperación. Se adivinan los pechos de mi esposa debajo del último botón. Los hijos ahora miran televisión. Salgo a pasear al perro. Ya era hora de hacerlo. Me detengo en un quiosco pensando en comprar cigarrillos. Hay una mujer ahí esperando ser atendida. Le pregunto algo mientras el perro la olfatea profundo entre las piernas. La mujer tiene pudor ante la circunstancia. El olor a bife o entrepierna confunde al hombre que mira a la mujer con rara expectativa. El hombre recuerda la última visita a las aguas termales del acuífero guaraní. Nada que ver. En la cocina espera la mujer desabrochada, en el cuarto los hijos, en la esquina hay un árbol entumecido. El perro orina fuerte contra las nalgas de la mujer. El hombre, confundido, regresa a la casa que, ahora, se ha vaciado de extraños.
L.
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