¿Recordar es vivir? No. Vivir es otra cosa. Pero desde Freud hasta aquí resulta inevitable suponer que el pasado, recordado más o menos fielmente o deformado, condiciona gran parte de nuestros actos, pensamientos y elecciones. Por eso se dice que aún la novela más imaginativa y fantasiosa esconde un corazón autobiográfico que de tanto en tanto se deja ver. Más allá de eso no es difícil deducir que lo que recordamos llega alterado, reescrito, modificado. La memoria es astuta. No evoca porque sí. Descarta detalles inútiles. Se concentra solamente en lo que importa. Una imagen, una palabra, el pliegue de una blusa. Los recuerdos, además, encubren otras situaciones en un plano más profundo. Por ese motivo, entre otros, debemos desconfiar cuando alguien nos dice, a modo de resumen, que tuvo una infancia feliz, un amor feliz, unas lindas vacaciones.
L.
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