Tanto nuestras casas como nuestras cabezas están llenas de materiales pesados e inútiles. ¿Y si empezamos a vaciar todo de una vez? Bibliotecas, fotos, estanterías, recuerdos, sillas, mesas, cajas, roperos, baúles, aparatos electrónicos, angustias, mesas de luz, qué fastidio. ¿Acaso es posible caminar en medio de semejante sobrecarga? ¡Así ni siquiera podremos bailar! Se cuenta que un día Kafka, el que todo lo sabía, fue a una mueblería de Praga con Felice Bauer, su novia de entonces. Se había comprometido a casarse con ella y después renunció. Alfombras, placares, sillones, palmeras de plástico... Y pensar que a eso los burgueses le llaman lujo, describió después en una carta. Su atención se concentró en un aparador que (dijo) le oprimió el pecho. Así es la cosa. Vivimos amueblados por dentro y por fuera de nosotros. Saturados hasta el alma de objetos pesados e inútiles. Llegó por eso la hora de desamueblar la vida. Un colchón, una heladera, un estante con veinte libros básicos, un baño y un amor (que no falte) alcanzan y sobran para ser felices.
L.
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