Y entonces abrió la puerta para cerrarla detrás suyo. Sabía el riesgo que corría. Atrás quedaba la playa desierta en donde había debutado, los médanos con iguanas de juguete, la cara blanca de una japonesa herida en su honor, las uñas de gato verde. Lo demás no importaba demasiado a esa altura del día. Bajó los escalones con pies de lana y silencio. Recordó tres o cuatro escenas que le costaba reconstruir. Y entonces sintió que el edificio se desmoronaba como un río de piedras sobre el mar. Y lo demás fueron los barcos gigantes que esperan turno para entrar al puerto. Hasta que vino la noche.
L.
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