viernes, 4 de abril de 2014
Nadadores
Los nadadores son extraños. Se lanzan al mar casi desnudos, van más allá de la segunda y la cuarta rompiente, no le temen a las olas gigantes. Tampoco a tiburones, rocas y medusas. Avanzan y avanzan como si quieran tocar con los dedos la línea del horizonte. Pero, qué pena, la corriente los lleva mar adentro y no pueden regresar a la costa. Las brazadas que hacen son tan perfectas como inútiles. Se ven cada vez más cerca del remolino, de los buques de guerra, de la muerte por agotamiento. Y aunque son expertos nadadores no pueden volver. Observo la trágica escena desde la playa. Tengo en mis manos la opción de ayudarlos. Puedo avisar a un bañero, convocar helicópteros, poblar el mar de botes salvavidas. Pero no. Prefiero no actuar esta vez. Me hago el distraído. No me importa que se ahoguen y se pudran abajo. Es más. Si puedo me acerco y los empujo más hondo y cada vez más profundo.
Soy, como se dice, un argentino de ley.
L.
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